ANTOLOGÍA LITERARIA: POESÍA


VICENTE HUIDOBRO

ARTE POÉTICA


Que el verso sea como una llave
que abra mil puertas.
Una hoja cae; algo pasa volando;
cuanto miren los ojos creado sea,
y el alma del oyente quede temblando.

Inventa mundos nuevos y cuida tu palabra;
el adjetivo, cuando no da vida, mata.

Estamos en el ciclo de los nervios.
El músculo cuelga,
como recuerdo, en los museos;
mas no por eso tenemos menos fuerza:
el vigor verdadero
reside en la cabeza.

Por qué cantáis la rosa, ¡oh poetas!

hacedla florecer en el poema.

Sólo para nosotros
viven todas las cosas bajo el sol.

El poeta es un pequeño Dios.

EL ESPEJO DE AGUA



Mi espejo, corriente por las noches,
Se hace arroyo y se aleja de mi cuarto.

Mi espejo, más profundo que el orbe
Donde todos los cisnes se ahogaron.

Es un estanque verde en la muralla
Y en medio duerme tu desnudez anclada.

Sobre sus olas, bajo cielos sonámbulos,
Mis ensueños se alejan como barcos.

De pie en la popa siempre me veréis cantando.
Una rosa secreta se hincha en mi pecho
Y un ruiseñor ebrio aletea en mi dedo.

Altazor (Fragmento)


Soy yo Altazor
Altazor
Encerrado en la jaula de su destino
En vano me aferro a los barrotes de la evasión posible
Una flor cierra el camino
Y se levantan como la estatua de las llamas.
La evasión imposible
Más débil marcho con mis ansias
Que un ejército sin luz en medio de emboscadas
Abrí los ojos en el siglo
En que moría el cristianismo.
Retorcido en su cruz agonizante
Ya va a dar el último suspiro
¿Y mañana qué pondremos en el sitio vacío?
Pondremos un alba o un crepúsculo
¿Y hay que poner algo acaso?
La corona de espinas
Chorreando sus últimas estrellas se marchita
Morirá el cristianismo que no ha resuelto ningún problema

Que sólo ha enseñado plegarias muertas.
Muere después de dos mil años de existencia
Un cañoneo enorme pone punto final a la era cristiana
El Cristo quiere morir acompañado de millones de almas
Hundirse con sus templos
Y atravesar la muerte con un cortejo inmenso
Mil aeroplanos saludan la nueva era
Ellos son los oráculos y las banderas

Hace seis meses solamente
Dejé la ecuatorial recién cortada
En la tumba guerrera del esclavo paciente
Corona de piedad sobre la estupidez humana.
Soy yo que estoy hablando en este año de 1919
Es el invierno
Ya la Europa enterró todos sus muertos
Y un millar de lágrimas hacen una sola cruz de nieve
Mirad esas estepas que sacuden las manos
Millones de obreros han comprendido al fin
Y levantan al cielo sus banderas de aurora
Venid, venid, os esperamos porque sois la esperanza
La única esperanza
La última esperanza

Soy yo Altazor el doble de mí mismo
El que se mira obrar y se ríe del otro frente a frente
El que cayó de las alturas de su estrella
Y viajó veinticinco años
Colgado al paracaídas de sus propios prejuicios
Soy yo Altazor el del ansia infinita
del hambre eterno y descorazonado
Carne labrada por arados de angustia
¿Cómo podré dormir mientras haya adentro tierras desconocidas?
Problemas
Misterios que se cuelgan a mi pecho
Estoy solo
La distancia que va de cuerpo a cuerpo
Es tan grande como la que hay de alma a alma
Solo
Solo
Solo
Estoy solo parado en la punta del año que agoniza
El universo se rompe en olas a mis pies
Los planetas giran en torno a mi cabeza
Y me despeinan al pasar con el viento que desplazan
Sin dar una respuesta que llene los abismos
Ni sentir este anhelo fabuloso que busca en la fauna del cielo
Un ser materno donde se duerma el corazón
Un lecho a la sombra del torbellino de enigmas
Una mano que acaricie los latidos de la fiebre.
Dios diluido en la nada y el todo
Dios todo y nada
Dios en las palabras y en los gestos
Dios mental
Dios aliento
Dios joven Dios viejo
Dios pútrido
lejano y cerca
Dios amasado a mi congoja

Poemas de Vicente Huidobro http://www.poemas-del-alma.com/vicente-huidobro.htm Consulta 18 de abril de 2012
José Hernández
                                                               

Capítulo 1

Aquí me pongo a cantar
Al compás de la vigüela,
que el hombre que lo desvela
una pena estrordinaria,
como la ave solitaria
con el cantar se consuela.

Pido a los santos del cielo
que ayuden mi pensamiento:
les pido en este momento
que voy a cantar mi historia

me refresquen lamemoria                                                                           
y aclaren mi entendimiento.

Vengan santos milagrosos,
vengan todos en mi ayuda
que la lengua se me añuda
y se me turba la vista;
pido a mi Dios que me asista
en una ocasión tan ruda.

Yo he visto muchos cantores,
con famas bien otenidas
y que despues de alquiridas
no las quieren sustentar:
parece que sin largar
se cansaron en partidas.

Mas ande otro criollo pasa
Martín Fierro ha de pasar;
nada lo hace recular
ni los fantasmas lo espantan,
y dende que todos cantan
yo también quiero cantar.

Cantando me he de morir,
cantando me han de enterrar
y cantando he de llegar
al pie del eterno Padre;
dende el vientre de mi madre
vine a este mundo a cantar.

Que no se trabe mi lengua
ni me falte la palabra;
el cantar mi gloria labra
y, poniendomé a cantar,
cantando me han de encontrar
aunque la tierra se abra.

Me siento en el plan de un bajo
a cantar un argumento;
como si soplara el viento
hago tiritar los pastos.
Con oros, copas y bastos
juega allí mi pensamiento.

Yo no soy cantor letrao
mas si me pongo a cantar
no tengo cuándo acabar
y me envejezco cantando:
las coplas me van brotando
como agua de manantial.

Con la guitarra en la mano
Martín Fierro
ni las moscas se me arriman;
naides me pone el pie encima,
y, cuando el pecho se entona,
hago gemir a la prima
y llorar a la bordona.

Yo soy toro en mi rodeo
y torazo en rodeo ajeno;
siempre me tuve por güeno
y si me quieren probar,
salgan otros a cantar
y veremos quién es menos

No me hago al lao de la güeya
aunque vengan degollando;
con los blandos yo soy blando
y soy duro con los duros,
y ninguno en un apuro
me ha visto andar tutubiando.

En el peligro !qué Cristos!
el corazón se me enancha,
pues toda la tierra es cancha,
y de eso naides se asombre;
el que se tiene por hombre
ande quiera hace pata ancha.

Soy gaucho, y entiendaló
como mi lengua lo esplica:
para mi la tierra es chica
y pudiera ser mayor;
ni la víbora me pica 
ni quema mi frente el sol.

Nací como nace el peje
en el fondo de la mar;
naides me puede quitar
aquello que Dios me dio:
lo que al mundo truje yo
del mundo lo he de llevar.

Mi gloria es vivir tan libre
como el pájaro del cielo;
no hago nido en este suelo
ande hay tanto que sufrir,
y naides me ha de seguir
cuando yo remuento el vuelo.

Yo no tengo en el amor
quien me venga con querellas;
como esas aves tan bellas
que saltan de rama en rama,
yo hago en el trébol mi cama,
y me cubren las estrellas.

Y sepan cuantos escuchan
de mis penas el relato
que nunca peleo ni mato
sino por necesidá
y que a tanta alversidá
sólo me arrojó el mal trato.

Y atiendan la relación
que hace un gaucho perseguido,
que padre y marido ha sido
empeñoso y diligente,
y sin embargo la gente
lo tiene por un bandido.

Capítulo 2

Ninguno me hable de penas,
porque yo penado vivo,
y naides se muestre altivo
aunque en el estribo esté,
que suele quedarse a pie
el gaucho mas alvertido.

Junta esperencia en la vida
hasta pa dar y prestar
quien la tiene que pasar
porque nada enseña tanto
como el sufrir y el llorar.

Viene el hombre ciego al mundo,
cuartiándolo la esperanza,
y a poco andar ya lo alcanzan
las desgracias a empujones;
! la pucha, que trae liciones
el tiempo con sus mudanzas!

Yo he conocido esta tierra
en que el paisano vivía
y su ranchito tenía
y sus hijos y mujer...
era una delicia el ver
cómo pasaba sus días.

Entonces... cuando el lucero
brillaba en el cielo santo,
y los gallos con su canto
nos decían que el día llegaba,
a la cocina runbiaba
el gaucho... que era un encanto.

Y sentao junto al jogón
a esperar que venga el día,
al cimarrón se prendía
hasta ponerse rechoncho,
mientras su china dormía
tapadita con su poncho.

Y apenas la madrugada
empesaba a coloriar,
los pájaros a cantar
y las gallinas a apiarse,
era cosa de largarse
cada cual a trabajar.

Este se ata las espuelas,
se sale el otro cantando,
uno busca un péllon blando,
éste un lazo, otro un rebenque,
y los pingos relinchando
los llaman dende el palenque.

El que era pion domador
enderezaba al corral,
ande estaba el animal
bufidos que se las pela ...
y mas malo que su agüela
se hacía astillas el bagual.

Y alli el gaucho inteligente,
en cuanto el potro enriendó,
los cueros le acomodó
y se le sentó en seguida
que el hombre muestra en la vida
la astucia que Dios le dió.

Y en las playas corcoviando
pedazos se hacía el sotreta
mientras él por las paletas
le jugaba las lloronas
y al ruido de las caronas
salía haciendo gambetas.

!Ah,tiempos!... !Si era un orgullo
ver jinetear un paisano!
cuando era gaucho baquiano,
aunque el potro se boliase,
no habia uno que no parase
con el cabresto en la mano.

Y mientras domaban unos,
otros al campo salían
y la hacienda recogían,
las manadas repuntaban,
y ansí sin sentir pasaban
entretenidos el día.

Y verlos al cair la tarde
en la cocina riunidos,
con el juego bien prendido
y mil cosas que contar,
platicar muy divertidos
hasta después de cenar.

Y con el buche bien lleno
era cosa superior
irse en brazos del amor
a dormir como la gente,
pa empezar el día siguiente
las fainas del día anterior.

Ricuerdo !qué maravilla!
cómo andaba la gauchada
siempre alegre y bien montada
y dispuesta pa el trabajo...
pero hoy en día...!barajo!
no se la ve de aporriada.
El gaucho más infeliz
Tenía tropilla de un pelo,
no le faltaba un consuelo
y andaba la gente lista...
teniendo al campo la vista,
solo vía hacienda y cielo.

Cuando llegaban las yerras,
!cosa que daba calor!
tanto gaucho pialador
y tironiador sin yel.
!Ah, tiempos... pero si en él
se ha visto tanto primor!

Aquello no era trabajo,
mas bien era una junción,
y después de un güen tirón
en que uno se daba mana,
pa darle un trago de cana
solía llamarlo el patrón.

Pues vivía la mamajuana
siempre bajo la carreta,
y aquel que no era chancleta,
en cuanto el goyete vía,
sin miedo se le prendía
como güerfano a la teta.

!Y qué jugadas se armaban
cuando estábamos riunidos!
siempre íbamos prevenidos,
pues en tales ocasiones
a ayudarle a los piones
caiban muchos comedidos.

Eran los días del apuro
y alboroto pa el hembraje,
pa preparar los potajes
y osequiar bien a la gente,
y así, pues, muy grandemente,
pasaba siempre el gauchaje.

Vení,a la carne con cuero,
la sabrosa carbonada,
mazamorra pien pisada,
los pasteles y el güen vino...
pero ha querido el destino
que todo aquello acabara.

Estaba el gaucho en su pago
con toda siguridá,
pero aura... !barbaridá!,
la cosa anda tan fruncida,
que gasta el pobre la vida
en juir de la autoridá.

Pues si usté pisa en su rancho
y si el alcalde lo sabe,
lo caza lo mesmo que ave
aunque su mujer aborte...
!No hay tiempo que no se acabe
ni tiento que no se corte!.

Y al punto dése por muerto
si el alcalde lo bolea,
pues ahí nomas se le apea
con una felpa de palos;
y despues dicen que es malo
el gaucho si los pelea.

Y el lomo le hinchan a golpes,
y le rompen la cabeza,
y luego con ligereza,
ansí lastimao y todo,
lo amarran codo a codo
y pa el cepo lo enderiezan.

Ahí comienzan sus desgracias,
ahí principia el pericón,
porque ya no hay salvación,
y que usté quiera o no quiera,
lo mandan a la frontera
o lo echan a un batallón.

Ansí empezaron mis males
lo mesmo que los de tantos;
si gustan... en otros cantos
les diré lo que he sufrido:
despues que uno está... perdido
no lo salvan ni los santos.

Capítulo 3

Tuve en mi pago en un tiempo
hijos, hacienda y mujer,
pero empecé a padecer,
me echaron a la frontera,
¡Y que iba a hallar al volver!
tan solo allé la tapera.

Gaucho con su china
Sosegao vivía en mi rancho
como el pájaro en su nido,
allí mis hijos queridos
iban creciendo a mi lao...
sólo queda al desgraciao
lamentar el bien perdido.

Mi gala en las pulperías
era, en habiendo mas gente,
ponerme medio caliente,
pues cuando puntiao me encuentro
me salen coplas de adentro
como agua de la virtiente.

Cantando estaba una vez
en una gran diversión,
y aprovecho la ocasión
como quiso el Juez de Paz...
se presentó, y ahi nomás
hizo arriada en montón.

Juyeron los más matreros
y lograron escapar:
yo no quise disparar,
soy manso y no había porqué,
muy tranquilo me quedé
y ansi me dejé agarrar

Allí un gringo con un órgano
y una mona que bailaba,
haciéndonos rair estaba,
cuanto le tocó el arreo,
¡tan grande el gringo y tan feo,
lo viera cómo lloraba!.

Hasta un inglés zanjiador
que decía en la última guerra
que él era de Inca-la-perra
y que no queria servir,
tambien tuvo que juir
a guarecerse en la sierra.

Ni los mirones salvaron
de esa arriada de mi flor,
fué acoyarao el cantor
con el gringo de la mona,
a uno solo, por favor,
logró salvar la patrona.

Formaron un contingente
con los que del baile arriaron,
con otros nos mesturaron,
que habían agarrao también,
las cosas que aquí se ven
ni los diablos las pensaron.

A mí el Juez me tomó entre ojos
en la ultima votación:
me le había hecho el remolón
y no me arrimé ese día,
y él dijo que yo servía
a los de la esposición.

Y ansí sufrí ese castigo
tal vez por culpas ajenas,
que sean malas o sean güenas
las listas, siempre me escondo:
yo soy un gaucho redondo
y esas cosas no me enllenan.

Al mandarnos nos hicieron
mas promesas que a un altar,
el Juez nos jué a proclamar
y nos dijo muchas veces:
muchachos, a los seis meses
los van a ir a relevar.
.......................................

Y cargué sin dar mas güeltas
con las prendas que tenía:
jergas, ponchos, todo cuanto había
en casa, tuito lo alcé:
a mi china la dejé
medio desnuda ese día.

No me falta una guasca
-esa ocasión eche el resto-,
bozal,maniador, cabresto,
lazo, bolas y manea...
¡el que hoy tan pobre me vea
tal vez no creerá todo esto!.

Ansí en mi moro, escarciando,
enderecé a la frontera.
¡Aparcero si uste viera
lo que se llama cantón!...
ni envidia tengo al ratón
en aquella ratonera.

De los pobres que allí había
a ninguno lo largaron,
los más viejos rezongaron,
pero a uno que se quejó
en seguida lo estaquiaron,
y la cosa se acabó.

En la lista de la tarde
el jefe nos cantó el punto
diciendo: -Quinientos juntos
llevará el que se resierte;
lo haremos pitar del juerte,
mas bien dése por dijunto-.

A naides le dieron armas,
pues toditas las que había
el Coronel las tenía,
sigun dijo esa ocasión,
pa repartirlas el día
en que hubiera una invasión.
al principio nos dejaron
de haraganes criando sebo,
pero después... no me atrevo
a decir lo que pasaba...
¡barajo!... si nos trataban
como se trata a malevos.

Porque todo era jugarle
por los lomos con la espada,
y aunque usté no hiciera nada,
lo mesmito que en palermo,
le daban cada cepiada
que lo dejaban enfermo.

!Y que indios, ni que servicio;
si allí no había ni cuartel!
nos mandaba el Coronel
a trabajar en sus chacras,
y dejábamos las vacas
que las llevara el infiel.

Yo primero sembré trigo
y después hice un corral,
corté adobe pa un tapial,
hice un quincho, corté paja...
¡la pucha que se trabaja
sin que le larguen un rial!.

Y es lo pior de aquel enriedo
que si uno anda hinchando el lomo
se le apean como un plomo...
¡quién aguanta aquel infierno!
si eso es servir al gobierno,
a mi no me gusta el cómo.

Más de un año nos tuvieron
en esos trabajos duros;
y los indios, le asiguro
dentraban cuando querían:
como no los perseguían,
siempre andaban sin apuro.

A veces decía al volver
del campo la descubierta
que estuvieramos alerta,
que andaba adentro la indiada,
porque había una rastrillada
o estaba una yegua muerta.

Recién entonces salía
la orden de hacer la riunión,
y caibamos al cantón
en pelos y hasta enancaos,
sin armas, cuatro pelaos
que ibamos a hacer jabón.

Ahí empezaba el afán
-se entiende, de puro vicio-
de enseñarle el ejercicio
a tanto gaucho recluta,
con un estrutor... ¡que... bruta!
que nunca sabía su oficio.

Daban entonces las armas
pa defender los cantones,
que eran lanzas y latones
con ataduras de tiento...
las de juego no las cuento
porque no había municiones.

Y un sargento chamuscao
me contó que las tenían
pero que ellos la vendían
para cazar avestruzes;
y asi andaban noche y día
déle bala a los ñanduses.

Y cuando se iban los indios
con lo que habían manotiao,
salíamos muy apuraos
a perseguirlos de atrás;
si no se llevaban más
es porque no habían hallao.

Allí sí, se ven desgracias
y lágrimas y afliciones;
naides le pida perdones
al indio: pues donde dentra,
roba y mata cuanto encuentra
y quema las poblaciones.

No salvan de su juror
ni los pobres angelitos;
viejos, mozos y chiquitos
los mata del mesmo modo:
que el indio lo arregla todo
con la lanza y con gritos.

........................................

Hace trotiadas tremendas
desde el fondo del desierto;
ansí llega medio muerto
de hambre, de sé y de fatiga;
pero el indio es una hormiga
que día y noche esta despierto.

Sabe manejar las bolas
como naides las maneja;
cuanto el contrario se aleja,
manda una bola perdida,
y si lo alcanza, sin vida
es siguro que lo deja.

Y el indio es como tortuga
de duro para espichar;
si lo llega a destripar
ni siquiera se le encoge;
luego sus tripas recoge,
y se agacha a disparar.

Hacían el robo a su gusto
y después se iban de arriba;
se llevaban las cautivas,
y nos contaban que a veces
les descarnaban los pieces,
a las pobrecitas, vivas.

¡Ah! ¡si partía el corazón
ver tantos males, canejo!
los perseguíamos de lejos
sin poder ni galopiar;
¡y qué habíamos de alcanzar
en unos vichocos viejos!

Nos volvíamos al cantón
a las dos o tres jornadas,
sembrando las caballadas;
y pa que alguno la venda,
rejuntábamos la hacienda
que habían dejao rezagada.

Una vez entre otras muchas,
tanto salir al botón,
nos pegaron un malón
los indios y una lanciada,
que la gente acobardada
quedó dende esa ocasión.

Habían estao escondidos
aguaitando atrás de un cerro...
¡lo viera a su amigo Fierro
aflojar como un blandito!
salieron como maiz frito
en cuanto sonó un cencerro.

Al punto nos dispusimos
aunque ellos eran bastantes;
la formamos al instante
nuestra gente, que era poca,
y golpiándose en la boca
hicieron fila adelante.

Se vinieron en tropel
haciendo temblar la tierra.
no soy manco pa la guerra
pero tuve mi jabón,
pues iba en un redomón
que había boleao en la sierra.
¡Que vocerío! ¡Que barullo!
¡que apurar esa carrera!
la indiada todita entera
dando alaridos cargó,
¡jue pucha!... y ya nos sacó
como yeguada matrera.

¡Que fletes traiban los bárbaros!
¡como una luz de ligeros!
hicieron el entrevero
y en aquella mezcolanza,
este quiero, éste no quiero,
nos escogían con la lanza.

Al que le daban un chuzazo,
dificultoso es que sane.
En fin, para no echar panes,
salimos por esas lomas,
lo mesmo que las palomas
al juir de los gavilames.

¡Es de almirar la destreza
con que la lanza manejan!
de perseguir nunca dejan,
y nos traiban apretaos.
¡Si queríamos, de apuraos,
salirnos por las orejas!

Y pa mejor de la fiesta
en esa aflición tan suma,
vino un indio echando espuma,
y con la lanza en la mano,
gritando: -Acabáu critiano,
metáu el lanza hasta el pluma.

Tendido en el costillar,
cimbrando por sobre el brazo
una lanza como un lazo,
me atropelló dando gritos:
si me descuido... el maldito
me levanta de un lanzazo.

Si me atribulo o me encojo,
siguro que no me escapo:
siempre he sido medio guapo,
pero en aquella ocasión
me hacia buya el corazón
como la garganta al sapo.
Dios le perdone al salvaje
las ganas que me tenía...
desaté las tres marías
y lo engatusé a cabriolas...
¡pucha...! si no traigo bolas
me achura el indio ese día.

Era el hijo de un cacique,
sigun yo lo averigüé;
la verdá del caso jué
que me tuvo apuradazo,
hasta que por fin de un bolazo
del caballo lo bajé.

Ahi no más me tiré al suelo
y lo pisé en las paletas;
empezó a hacer morisquetas
y a mezquinar la garganta...
pero yo hice la obra santa
de hacerlo estirar la jeta.

Allí quedó de mojón
y en su caballo salté;
de la indiada disparé,
pues si me alcanza me mata,
y al fin me les escapé,
con el hilo de una pata.

Capítulo 3

Tuve en mi pago en un tiempo
hijos, hacienda y mujer,
pero empecé a padecer,
me echaron a la frontera,
¡Y que iba a hallar al volver!
tan solo allé la tapera.

Sosegao vivía en mi rancho
como el pájaro en su nido,
allí mis hijos queridosa
iban creciendo a mi lao...
sólo queda al desgraciao
lamentar el bien perdido.

Mi gala en las pulperías
era, en habiendo mas gente,
ponerme medio caliente,
pues cuando puntiao me encuentro
me salen coplas de adentro
como agua de la virtiente.

Cantando estaba una vez
en una gran diversión,
y aprovecho la ocasión
como quiso el Juez de Paz...
se presentó, y ahi nomás
hizo arriada en montón.

Juyeron los más matreros
y lograron escapar:
yo no quise disparar,
soy manso y no había porqué,
muy tranquilo me quedé
y ansi me dejé agarrar

Allí un gringo con un órgano
y una mona que bailaba,
haciéndonos rair estaba,
cuanto le tocó el arreo,
¡tan grande el gringo y tan feo,
lo viera cómo lloraba!.

Hasta un inglés zanjiador
que decía en la última guerra
que él era de Inca-la-perra
y que no queria servir,
tambien tuvo que juir
a guarecerse en la sierra.

Ni los mirones salvaron
de esa arriada de mi flor,
fué acoyarao el cantor
con el gringo de la mona,
a uno solo, por favor,
logró salvar la patrona.

Formaron un contingente
con los que del baile arriaron,
con otros nos mesturaron,
que habían agarrao también,
las cosas que aquí se ven
ni los diablos las pensaron.

A mí el Juez me tomó entre ojos
en la ultima votación:
me le había hecho el remolón
y no me arrimé ese día,
y él dijo que yo servía
a los de la esposición.

Y ansí sufrí ese castigo
tal vez por culpas ajenas,
que sean malas o sean güenas
las listas, siempre me escondo:
yo soy un gaucho redondo
y esas cosas no me enllenan.

Al mandarnos nos hicieron
mas promesas que a un altar,
el Juez nos jué a proclamar
y nos dijo muchas veces:
muchachos, a los seis meses
los van a ir a relevar.

Yo llevé un moro de número
¡sobresaliente el matucho!
con él gané en Ayacucho
mas plata que agua bendita:
siempre el gaucho necesita
un pingo pa fiarle un pucho.

Y cargué sin dar mas güeltas
con las prendas que tenía:
jergas, ponchos, todo cuanto había
en casa, tuito lo alcé:
a mi china la dejé
medio desnuda ese día.

No me falta una guasca
-esa ocasión eche el resto-,
bozal,maniador, cabresto,
lazo, bolas y manea...
¡el que hoy tan pobre me vea
tal vez no creerá todo esto!.

Ansí en mi moro, escarciando,
enderecé a la frontera.
¡Aparcero si uste viera
lo que se llama cantón!...
ni envidia tengo al ratón
en aquella ratonera.

De los pobres que allí había
a ninguno lo largaron,
los más viejos rezongaron,
pero a uno que se quejó
en seguida lo estaquiaron,
y la cosa se acabó.

En la lista de la tarde
el jefe nos cantó el punto
diciendo: -Quinientos juntos
llevará el que se resierte;
lo haremos pitar del juerte,
mas bien dése por dijunto-.

A naides le dieron armas,
pues toditas las que había
el Coronel las tenía,
sigun dijo esa ocasión,
pa repartirlas el día
en que hubiera una invasión.

Al principio nos dejaron
de haraganes criando sebo,
pero después... no me atrevo
a decir lo que pasaba...
¡barajo!... si nos trataban
como se trata a malevos.

Porque todo era jugarle
por los lomos con la espada,
y aunque usté no hiciera nada,
lo mesmito que en palermo,
le daban cada cepiada
que lo dejaban enfermo.

!Y que indios, ni que servicio;
si allí no había ni cuartel!
nos mandaba el Coronel
a trabajar en sus chacras,
y dejábamos las vacas
que las llevara el infiel.

Yo primero sembré trigo
y después hice un corral,
corté adobe pa un tapial,
hice un quincho, corté paja...
¡la pucha que se trabaja
sin que le larguen un rial!.

Y es lo pior de aquel enriedo
que si uno anda hinchando el lomo
se le apean como un plomo...
¡quién aguanta aquel infierno!
si eso es servir al gobierno,
a mi no me gusta el cómo.

Más de un año nos tuvieron
en esos trabajos duros;
y los indios, le asiguro
dentraban cuando querían:
como no los perseguían,
siempre andaban sin apuro.

A veces decía al volver
del campo la descubierta
que estuvieramos alerta,
que andaba adentro la indiada,
porque había una rastrillada
o estaba una yegua muerta.
........................................

Ahi empezaba el afán
-se entiende, de puro vicio-
de enseñarle el ejercicio
a tanto gaucho recluta,
con un estrutor... ¡que... bruta!
que nunca sabía su oficio.

Daban entonces las armas
pa defender los cantones,
que eran lanzas y latones
con ataduras de tiento...
las de juego no las cuento
porque no había municiones.

Y un sargento chamuscao
me contó que las tenían
pero que ellos la vendían
para cazar avestruzes;
y asi andaban noche y día
déle bala a los ñanduses.

Y cuando se iban los indios
con lo que habían manotiao,
salíamos muy apuraos
a perseguirlos de atrás;
si no se llevaban más
es porque no habían hallao.

Allí sí, se ven desgracias
y lágrimas y afliciones;
naides le pida perdones
al indio: pues donde dentra,
roba y mata cuanto encuentra
y quema las poblaciones.

No salvan de su juror
ni los pobres angelitos;
viejos, mozos y chiquitos
los mata del mesmo modo:
que el indio lo arregla todo
con la lanza y con gritos.

Tiemblan las carnes al verlo
volando al viento la cerda,
la rienda en la mano izquierda
y la lanza en la derecha;
ande enderieza habre brecha
pues no hay lanzazo que pierda.

Hace trotiadas tremendas
desde el fondo del desierto;
ansí llega medio muerto
de hambre, de sé y de fatiga;
pero el indio es una hormiga
que día y noche esta despierto.

Sabe manejar las bolas
como naides las maneja;
cuanto el contrario se aleja,
manda una bola perdida,
y si lo alcanza, sin vida
es siguro que lo deja.

Y el indio es como tortuga
de duro para espichar;
si lo llega a destripar
ni siquiera se le encoge;
luego sus tripas recoge,
y se agacha a disparar.

Hacían el robo a su gusto
y después se iban de arriba;
se llevaban las cautivas,
y nos contaban que a veces
les descarnaban los pieces,
a las pobrecitas, vivas.

¡Ah! ¡si partía el corazón
ver tantos males, canejo!
los perseguíamos de lejos
sin poder ni galopiar;
¡y qué habíamos de alcanzar
en unos vichocos viejos!

nos volvíamos al cantón
a las dos o tres jornadas,
sembrando las caballadas;
y pa que alguno la venda,
rejuntábamos la hacienda
que habían dejao rezagada.

.............................................


Capítulo 5

Yo andaba desesperao,
aguardando una ocasión
que los indios un malón
nos dieran, y entre el estrago
hacérmeles cimarrón
y volverme pa mi pago.

Aquello no era servicio
ni defender la frontera;
aquello era ratonera
en que sólo gana el juerte:
era jugar a la suerte
con una taba culera.

Allí tuito va al revés;
los milicos son los piones,
y andan en las poblaciones
emprestaos pa trabajar;
los rejuntan pa peliar
cundo entran indios ladrones.

Yo he visto en esa milonga
muchos Jefes con estancia,
y piones en abundancia,
y majadas y rodeos;
he visto negocios feos
a pesar de mi inorancia.

Y colijo que no quieren
la barunda componer;
para eso no ha de tener,
el Jefe que esté de estable,
mas que su poncho y su sable,
su caballo y su deber.
.......................................

Yo no sé porqué el gobierno
nos manda aquí a la frontera
gringada que ni siquiera
se sabe atracar a un pingo.
¡si creerá al mandar un gringo
que nos manda alguna fiera!

No hacen más que dar trabajo,
pues no saben ni ensillar;
no sirven ni pa carniar:
y yo he visto muchas veces
que ni voltiadas las reses
se les querían arrimar.

Y lo pasan sus mercedes
lengüetiando pico a pico
hasta que viene un milico
a servirles al asao...
y eso sí, en lo delicaos,
parecen hijos de rico.

Si hay calor, ya no son gente;
si yela, todos tiritan;
si usté no les da, no pitan
por no gastar en tabaco,
y cuando pescan un naco
uno al otro se lo quitan.

Cuando llueve se acoquinan
como perro que oye truenos.
¡Que diablos!, sólo son güenos
pa vivir entre maricas,
y nunca se andan con chicas
para alzar ponchos ajenos.

Pa vichar son como ciegos;
no hay ejemplo de que entiendan,
ni hay uno solo que aprienda,
al ver un bulto que cruza,
a saber si es avestruza,
o si es jinete, o hacienda.

Si salen a perseguir
después de mucho aparato,
tuitos se pelan al rato
y va quedando el tendal:
esto es como en un nidal
echarle güevos a un gato.

Capitulo 6

.......................
En medio de mi inorancia
conozco que nada valgo:
soy la liebre o soy el galgo
asigún los tiempos andan;
pero también los que mandan
debieran cuidarnos algo.

Una noche que riunidos
estaban en la carpeta
empinando una limeta
el Jefe y el Juez de Paz,
yo no quise aguardar más,
y me hice humo en un sotreta.

Me parece el campo orégano
dende que libre me veo;
donde me lleva el deseo
allí mis pasos dirijo,
y hasta en las sombras de fijo
que donde quiera rumbeo.

Entro y salgo del peligro

sin que me espante el estrago,
no aflojo al primer amago
ni jamás fí gaucho lerdo:
soy pa rumbiar como el cerdo,
y pronto caí a mi pago.

Volvía al cabo de tres años
de tanto sufrir al ñudo
resertor, pobre y desnudo,
a procurar suerte nueva;
y lo mesmo que el peludo
enderecé pa mi cueva.

No hallé ni rastro del rancho:
!solo estaba la tapera!
!por cristo si aquello era
pa enlutar el corazón!
!yo juré en esa ocasión
ser mas malo que una fiera!

!Quien no sentirá lo mesmo
cuando ansí padece tanto!
puedo asigurar que el llanto
como una mujer largué:
!Ay, mi Dios: si me quedé
mas triste que Jueves Santo!

Sólo se oiban los aullidos
de un gato que se salvó;
el pobre se guareció
cerca, en una vizcachera:
venía como si supiera
que estaba de güelta yo.

Al dirme dejé la hacienda
que era todito mi haber;
pronto debíamos volver,
sigún el Juez prometía,
y hasta entonces cuidaria
de los bienes, la mujer.
...............................

Después me contó un vecino
que el campo se lo pidieron;
la hacienda se la vendieron
pa pagar arrendamientos,
y que sé yó cuantos cuentos;
pero todo lo fundieron.

Los pobrecitos muchachos,

entre tantas afliciones,
se conchabaron de piones;
!más que iban a trabajar,
si eran como los pichones
sin acabar de emplumar!

Por ahi andarán sufriendo
de nuestra suerte el rigor:
me han contao que el mayor
nunca dejaba a su hermano;
puede ser que algún cristiano
los recoja por favor.

!Y la pobre mi mujer,
dios sabe cuánto sufrió!
me dicen que se voló
con no sé qué gavilán:
sin duda a buscar el pan
que no podía darle yo.

No es raro que a uno le falte
lo que a algún otro le sobre
si no le quedó ni un cobre
sino de hijos un enjambre.

que más iba a hacer la pobre
para no morirse de hambre?

!Tal vez no te vuelva a ver,
prienda de mi corazón!
dios te de su proteción
ya que no me la dió a mí,

y a mis hijos dende aquí
les hecho mi bendición.

Como hijitos de la cuna
andarán por ahi sin madre;
ya se quedaron sin padre,
y ansí la suerte los deja
sin naides que los proteja
y sin perro que les ladre.

.....................................


Mas también en este juego
voy a pedir mi bolada;
a naides le debo nada,
ni pido cuartel ni doy:
y ninguno dende hoy
ha de llevarme en la armada.

Yo he sido manso primero,
y seré gaucho matrero;
en mi triste circunstancia,
aunque es mi mal tan projundo,
nací y me he criado en estancia.
pero ya conozco el mundo.

Ya les conozco sus mañas,
le conozco sus cucañas;
sé como hacen la partida,
la enriedan y la manejan;
deshaceré la madeja
aunque me cueste la vida.


Y aguante el que no se anime
a meterse en tanto engorro
o si no aprétese el gorro
y para otra tierra emigre;
pero yo ando como el tigre
que le roban los cachorros.

Aunque muchos creen que el gaucho
tiene alma de reyuno,
no se encontrará a ninguno
que no le dueblen las penas;
mas no debe aflojar uno
mientras hay sangre en las venas.

 

Capítulo 7

De carta de más me vía
sin saber a donde dirme;
mas dijeron que era vago
y entraron a perseguirme.

Nunca se achican los males,
van poco a poco creciendo,
y ansina me vide pronto
obligado a andar juyendo.

No tenía mujer ni rancho
y a más, era resertor;
no tenía una prenda güena
ni un peso en el tirador

A mis hijos infelices
pensé volverlos a hallar,
y andaba de un lao al otro
sin tener ni que pitar.

Supe una vez por desgracia
que habia un baile por allí,
y medio desesperao
a ver la milonga fuí.

Riunidos al pericón
tantos amigos hallé,
que alegre de verme entre ellos
esa noche me apedé.

Como nunca, en la ocasión
por peliar me dió la tranca.
y la emprendí con un negro
que trujo una negra en ancas.

Al ver llegar la morena,
que no hacía caso de naides,
le dije con la mamúa:
-Va...ca...yendo gente al baile.

La negra entendió la cosa
y no tardó en contestarme,
mirándome como a un perro:
-Mas vaca será su madre.-

Y dentró al baile muy tiesa
con más cola que una zorra,
haciendo blanquiar los dientes
lo mesmo que mazamorra.

-!Negra linda!-... dije yo.
-Me gusta... pa la carona-;
y me puse a champurriar
esta coplita fregona:

-A los blancos hizo Dios,
a los mulatos San Pedro,
a los negros hizo el diablo
para tizón del infierno.-

Había estao juntando rabia
el moreno dende ajuera;
en lo escuro le brillaban
los ojos como linterna.

Lo conocí retobao,
me acerqué y le dije presto:
-Por rudo que un hombre sea
nunca se enoja por esto.

Corcovió el de los tamangos
y creyéndose muy fijo:
-!Mas porrudo seras vos,
gaucho rotoso!-, me dijo.

Y ya se me vino al humo
como a buscarme la hebra,
y un golpe le acomodé
con el porrón de ginebra.

Ahi nomás pegó el de hollín
mas gruñidos que un chanchito,
y pelando el envenao
me atropelló dando gritos.

Pegué un brinco y abrí cancha
diciéndoles: -Caballeros,
dejen venir ese toro.
solo nací... solo muero.

El negro, después del golpe,
se había el poncho refalao
y dijo: -Vas a saber
si es solo o acompañado.

Y mientras se arremangó,
yo me saqué las espuelas,
pues malicié que aquel tío
no era de arriar con las riendas.

No hay cosa como el peligro
pa refrescar un mamao;
hasta la vista se aclara
por mucho que haiga chupao.

El negro me atropelló
como a quererme comer;
me hizo dos tiros seguidos
y los dos le abarajé.
....................................

Me hirvió la sangre en las venas
y me le afirmé al moreno,
dándole de punta y hacha
pa dejar un diablo menos.

Por fin en una topada
en el cuchillo lo alcé,
y como un saco de güesos
contra un cerco lo largué.

Tiró unas cuantas patadas
y ya cantó pal carnero:
nunca me puedo olvidar
de la agonía de aquel negro.

En esto la negra vino
con los ojos como ají
y empezó la pobre allí
y empezó la pobre allí
a bramar como una loba.

Yo quise darle una soba
a ver si la hacía callar,
mas pude reflesionar
que era malo en aquel punto,
y por respeto al dijunto
no la quise castigar.

Limpié el facón en los pastos,
desate mi redomón,
monté despacio y salí
al tranco pa el ca˜nadon.

Después supe que al finao
ni siquiera lo velaron,
y retobao en un cuero,
sin rezarle lo enterraron.

Y dicen que dende entonces,
cuando es la noche serena
suele verse una luz mala
como de alma que anda en pena.
..............................................
Capitulo 8:
Otra vez en un boliche
estaba haciendo la tarde;
cayó un gaucho que hacia alarde
de guapo y peliador;
a la llegada metió
el pingo hasta la ramada,
y yó sin decirle nada
me quedé en el mostrador.

Era un terne de aquel pago
que naides lo reprendía,
que sus enriedos tenía
con el señor comendante;
y como era protegido,
andaba muy entonao,
y a cualquier desgraciao
lo llevaba por delante.
!Ah pobre! si el mismo creiba
que la vida le sobraba;
ninguno diría que andaba
aguaitandolo la muerte.
pero ansí pasa en el mundo,
es ansí la triste vida:
pa todos esta escondida
la güena o la mala suerte.

Se tiró al suelo; al dentrar
e dio un empellon a un vasco,
y me alargó un medio frasco
diciendo: -Beba cuñao.-
-Por su hermana-, contesté.
-Que por la mia no hay cuidao.-

-!Ah, gaucho!, me respondió;
-De que pago será crioyo?
lo andará buscando el hoyo?
deberá tener gutilde;en cuero?
pero ande bala este toro
no bala ningún ternero.

Y ya salimos trenzaos
porque el hombre no era lerdo,
mas como el tino no pierdo,
y soy medio ligerón,
le dejé mostrando el sebo
de un revez con el facón.

Y como con la justicia
no andaba bien por allí,
cuanto pataliar lo ví,
y el pulpero pegó el grito,
ya pa el palenque salí
como haciendome chiquito.

Monté y me encomendé a Dios,
rumbiando para otro pago,
que el gaucho que llaman vago
no puede tener querencia,
y ansí de estrago en estrago
vive llorando la ausencia.

El andaba siempre juyendo,
siempre pobre y perseguido,
no tiene cueva ni nido
como si juera maldito;
porque el ser gaucho... !barajo!,
el ser gaucho es un delito.

Es como el patrio de posta;
lo larga este, aquel lo toma,
nunca se acaba la broma;
dende chico se parece
al arbolito que crece
desamparao en la loma.

Le echan la agua del bautismo
aquel que nació en la selva;
-busca madre que te envuelva-,
le dice el flaire y lo larga.
y dentra a cruzar el mundo
como burro con la carga.

Y se cria viviendo al viento
como oveja sin trasquila;
mientras su padre en las filas
anda sirviendo al gobierno,
aunque tirite en invierno,
naides lo ampara ni asila.

Le llaman -gaucho mamao-
si lo pillan divertido,
y que es mal entretenido
si en un baile lo sorprienden;
hace mal si se defiende
y si nó, se ve... fundido.

No tiene hijos ni mujer,
ni amigos ni protetores,
pues todos son sus señores
sin que ninguno lo ampare:
tiene la suerte del güey,
y donde irá el güey que no are?

Su casa es el pajonal,
su guarida es el desierto;
y si de hambre medio muerto
le echa el lazo a algun mamóm,
lo persiguen como a plaito,
porque es un gaucho ladrón.

Y si de un golpe por ahi
lo dan güelta panza arriba,
no hay un alma compasiva
que le rece una oración;
tal vez como cimarrón
en una cueva lo tiran.
El nada gana en la paz
y es el primero en la guerra;
no le perdonan si yerra,
que no saben perdonar,
porque el gaucho en esta tierra
solo sirve pa votar.

Para el son los calabozos,
para el las duras prisiones,
en su boca no hay razones
aunque la razon le sobre;
que son campanas de palo
las razones de los pobres.

Si uno aguanta, es gaucho bruto;
si no aguanta es gaucho malo.
!dele azote, dele palo,
porque es lo que el necesita!
de todo el que nació gaucho
esta es la suerte maldita.

Vamos suerte, vamos juntos
dende que juntos nacimos;
y ya que juntos vivimos
sin podernos dividir...
yo abriré con mi cuchillo
el camino pa seguir.

Capitulo 9
................................
Ansí es que al venir la noche
iba a buscar mi guarida,
pues ande el tigre se anida
tmbién el hombre lo pasa,
y no quería que en las casas
me rodiara la partida.

Pues aun cuando vengan ellos
cumpliendo con su deberes,
yo tengo otros pareceres,
y en esa conduta vivo:
que no debe un gaucho altivo
peliar entre las mujeres.

Y al campo me iba solito,
más matrero que el venao,
como perro abandonao
a buscar una tapera,
o en alguna vizcachera
pasar la noche tirao.

Sin punto ni rumbo fijo
en aquella inmensidá,
entre tanta escuridá
anda el gaucho como duende;
alli jamás lo sorpriende
dormido, la autoridá.

Su esperanza es el coraje,
su guardia es la precaución,
su pingo es la salvación,
y pasa uno en su desvelo,
sin más amparo que el cielo
ni otro amigo que el facón.
..............................

Ansí me hallaba una noche
contemplando las estrellas,
que le parecen más bellas
cuanto uno es más desgraciao,
y que Dios las haiga criao
para consolarse en ellas.

Les tiene el hombre cariño
y siempre con alegría
ve salir las Tres Marías;
que si llueve, cuanto escampa,
las estrellas son la guía
que el gaucho tiene en la pampa.

Aqui no valen dotores,
sólo vale la esperiencia;
aquí verían su inocencia
esos que todo lo saben,
porque esto tiene otra llave
y el gaucho tiene su cencia.

Es triste en medio del campo
pasarse noches enteras
contemplando en sus carreras
las estrellas que Dios cría,
sin tener mas compañía
que su delito y las fieras.

Me encontraba como digo,
en aquella soledá,
entre tanta escuridá,
echando al viento mis quejas,
cuando el grito del chajá
me hizo parar las orejas.

Como lunbriz me pegué
al suelo para escuchar;
pronto sentí retumbar
las pisadas de los fletes,
y que eran muchos jinetes
conocí sin vacilar.

Cuando el hombre está en peligro
no debe tener confianza;
ansí tendido de panza
puse toda mi atención
y ya escuche sin tardanza
como el ruido de un latón.

Se venían tan calladitos
que yo me puse en cuidao;
tal vez me hubieran bombiao
y ya me venían a buscar;
mas no quise disparar,
que eso es de gaucho morao.
Al punto me santigüé
y eché de giñebra un taco;
lo mesmito que el mataco
le arroyé con el porrón;
-si han de darme pa tabaco-,
dije,-ésta es güena ocasión-.

Me refalé las espuelas,
para no peliar con grillos;
me arremangué el calzoncillo,
y me ajusté bien la faja,
y en una mata de paja
probé el filo del cuchillo.

Para tenerlo a la mano
el flete en el pasto até,
la cincha le acomodé,
y, en un trance como aquél,
haciendo espaldas en él
quietito los aguardé.

Cuando cerca los sentí,
y que ahi no más se pararon,
los pelos se me erizaron
y,aunque nada vían mis ojos,
-no se han de morir de antojo-,
les dije, cuando llegaron.

Yo quise hacerles saber
que alli se hallaba un varón;
les conocí la intención
y solamente por eso
es que les gané el tirón,
sin aguardar voz de preso.

-Vos sos un gaucho matrero-
dijo uno, haciéndose el güeno.
-Vos mataste un moreno
y otro en una pulpería,
y aquí está la polecía
que viene a ajustar tus cuentas;
te va alzar por las cuarenta
si te resistís hoy día.

-No me vengan-, contesté,
-con relación de dijuntos;
esos son otros asuntos;
vean si me pueden llevar,
que yo no me he de entregar,
aunque vengan todos juntos-.

Pero no aguardaron más
y se apiaron en montón;
como a perro cimarrón
me rodiaron entre tantos;
ya me encomendé a los Santos,
y eche mano a mi facón.

Y ya vide el fogonazo
de un tiro de garabina,
mas quiso la suerte indina
de aquel maula, que me errase,
y ahi no más lo levantase
lo mesmo que una sardina.

A otro que estaba apurao
acomodando una bola,
le hice una dentrada sola
y le hice sentir el fierro,
y ya salió como el perro
cuando le pisan la cola.

Era tanta la aflición
y la angurria que venían,
que tuitos se me venían,
donde yo los esperaba;
uno al otro se estorbaba
y con las ganas no vían.

Dos de ellos que traiban sables
mas garifos y resueltos,
en las hilachas envueltos
enfrente se me pararon,
y a un tiempo me atropellaron
lo mesmo que perros sueltos.

Me fuí reculando en falso
y el poncho adelante eché,
y en cuanto le puso el pie
uno medio chapetón,
de pronto le di un tirón
y de espaldas lo largué

Al verse sin compañero
el otro se sofrenó;
entonces le dentré yo,
sin dejarlo resollar,
pero ya empezó a aflojar
y a la punta disparó.
Uno que en una tacuara
había atao una tijera,
se vino como si juera
palenque de atar terneros,
pero en dos tiros certeros
salió aullando campo ajuera.
Por suerte en aquel momento
venía coloriando el alba
y yo dije: -Si me salva
la Virgen en este apuro,
en adelante le juro
ser más güeno que una malva-.

Pegué un brinco y entre todos
sin miedo me entreveré;
hecho ovillo me quedé
y ya me cargo una yunta,
y por el suelo la punta
de mi facón les jugué.

El más engolosinao
se me apió con un hachazo;
se lo quité con el brazo;
de no, me mata los piojos;
y antes de uqe diera un paso
le eché tierra en los dos ojos.

Y mientras se sacudiá
refregándose la vista,
yo me le fuí como lista
y ahi no más me le afirmé,
diciéndole: -Dios te asista-,
y de un revés lo voltié.

Pero en ese punto mesmo
sentí que por las costillas
un sable me hacía cosquillas
y la sangre me heló;
dende ese momento yo
me salí de mis casillas.

Di para atrás unos pasos
hasta que pude hacer pie;
por delante me lo eché
de punta y tajos a un criollo;
metió la pata en un hoyo,
y yo al hoyo lo mandé.

Tal vez en el corazón
le tocó un Santo bendito
a un gaucho, que pegó el grito
y dijo:-!Cruz no consiente
que se cometa el delito
de matar a un valiente!-

Y ahi no más se me aparió,
dentrándole a la partida;
yo les hice otra embestida
pues entre dos era robo;
y el Cruz era como lobo
que defiende su guarida.

Uno despachó al infierno
de dos que lo atropellaron;
los demás remoliniaron,
pues íbamos a la fija,
y a poco andar dispararon
lo mesmo que sabandija.

Ahí quedaron largo a largo
los que estiaron la jeta;
otro iba como maleta,
y Cruz de atrás les decia:
-Que venga otra polecia
a llevarlos en carreta-.

Yo junté las osamentas,
me hinqué y les recé un Bendito,
hice una cruz de un palito
y pedí a mi Dios clemente
me perdonara el delito
de haber muerto tanta gente.

Dejamos amotonaos
a los pobres que murieron;
no sé si los recogieron,
porque nos fuimos a un rancho,
o si tal vez los caranchos
ahi no más se los comieron.

Lo agarramos mano a mano
entre los dos al porrón:
en semejante ocasión
un trago a cualquiera encanta;
y Cruz no era remolón
ni pijotiaba garganta.

Calentamos los gargueros
y nos largamos muy tiesos,
siguiendo siempre los besos
al pichel, y por mas señas,
ibamos como cigüeñas
estirando los pescuezos.

-Yo me voy-, le dije,-amigo,
donde la suerte me lleve,
y si es que alguno se atreve,
a ponerse en mi camino,
yo seguiré mi destino,
que el hombre hace lo que debe.

-Soy un gaucho desgraciao,
no tengo donde ampararme,
ni un palo donde rascarme,
ni un árbol que me cubije:
pero ni aun esto me aflige
porque yo sé manejarme.

-Antes de cair al servicio,
tenia familia y hacienda;
cuando volví, ni la prenda
me la habian dejao ya.
Dios sabe en lo que vendrá
a parar esta contienda.

Capítulo 10
 
    C R U Z

-Amigazo, pa sufrir
an nacido los varones;
estas son las ocasiones
de mostrarse un hombre juerte,
hasta que venga la muerte
y lo agarre a coscorrones.

El andar tan despilchao
ningun mérito me quita;
sin ser un alma bendita
me duelo del mal ajeno:
soy un pastel con relleno
que parece torta frita.

Tampoco me faltan males
y desgracias, le prevengo;
también mis desdichas tengo,
aunque esto poco me aflige:
yo se hacerme el chango rengo
cuando la cosa lo esige.
Y con algunos ardiles
voy viviendo, aunque rotoso;
a veces me hago el sarnoso
y no tengo ni un granito,
pero al chifle voy ganoso
como panzón al maíz frito.

A mí no me matan penas
mientras tenga el cuero sano;
venga el sol en el verano
y la escarcha en el invierno
por qué afligirse el cristiano?

Hagámosle cara fiera
a los males, compañero,
porque el zorro más matrero
suele cair como un chorlito;
viene por un corderito
y en la estaca deja el cuero.

Hoy tenemos que sufrir
males que no tienen nombre,
pero esto a nadies lo asombre
porque ansina es el pastel,
y tiene que dar el hombre
mas güeltas que un carretel.

Yo nunca me he de entregar
a los brazos de la muerte;
arrastro mi triste suerte
paso a paso y como pueda,
que donde el débil se queda
se suele escapar el juerte.

Y ricuerde cada cual
lo que cada cual sufrió,
que lo que es, amigo, yo,
hago ansí la cuenta mía:
ya lo pasado pasó;
mañana sera otro dia.
.................................

Yo también tuve una pilcha
que me enllenó el corazón,
y si en aquella ocasión
alguien me hubiera buscao,
siguro que me había hallao
más prendido que un botón.
....................................
Era la águila que a un árbol
dende las nubes bajó;
era mas linda que el alba
cuando va rayando el sol;
era la flor deliciosa
que entre el trebolar creció.

Pero, amigo, el Comandante
que mandaba la milicia,
como que no desperdicia
se fué refalando a casa;
yo le conocí en la traza
que el hombre traiba malicia.

El me daba voz de amigo,
pero no le tenía fe;
era el jefe, y ya se ve,
no podía competir yo;
en mi rancho se pegó
lo mesmo que un saguaipé.

A poco andar, conocí
que ya me había desbancao,
y el siempre muy entonao,
aunque sin darme ni un cobre,
me tenía de lao a lao
como encomienda de pobre.

.......................................

No me gusta que otro gallo
le cacaree a mi gallina;
yo andaba ya con la espina,
hasta que en una ocasión
lo pille junto al jogón
abrazándome a la china.

Tenía el viejito una cara
de ternero mal lamido,
y al verle tan atrevido
le dije:-!Que le aproveche!...
que había sido pa el amor
como gaucho pa la leche.

Peló la espalda y se vino
como a quererme ensartar,
pero yo sin tutubiar
le volví al punto a decir:
-!Cuidado!, no te vas a pertigo;
poné cuarta pa salir.

Un puntazo me largó,
pero el cuerpo le saqué,
y en cuanto se lo quité,
para no matar un viejo,
con cuidado, medio de lejos
un palazo le asenté.
.................................

Capítulo 11

A otros les brotan las coplas
como agua de manantial;
pues a mí me pasa igual;
aunque las mías nada valen,
de la boca se me salen
como ovejas de corral.

Que en puertiando la primera,
ya la siguen los demás,
y en montones las de atrás
contra los palos se estrellan,
y saltan y se atropellan
sin que se corten jamás.

Y anunque yo por mi inorancia
con gran trabajo me esplico,
cuando llego a abrir el pico,
tengaló por cosa cierta,
sale un verso y en la puerta
ya asoma el otro el hocico.

Y empresteme su atención;
me oirá relatar las penas
de que traigo la alma llena;
porque en toda circustancia,
paga el gaucho su inorancia
con la sangre de sus venas.

Despues de aquella desgracia
me refugié en los pajales;
anduve entre los cardales
como bicho sin guarida;
pero, amigo, es esa vida
como vida de animales.

 
Y son tantas las miserias
en que me he salido ver,
que con tanto padecer

y sufrir tanta aflición,
malicio que he de tener
un callo en el corazón.

Ansí andaba como guacho
cuando pasa el temporal;
supe una vez por mi mal
de una milonga que había,
y ya pa la pulpería
enderece mi bagual.

.................................

Capítulo 12
 
 
Yo no sé qué tantos meses
esta vida me duró;
a veces nos obligó
la miseria a comer potro:
me había acompañao con otros
tan desgraciaos como yo

Mas para qué platicar
sobre esos males, canejos ?
nace el gaucho y se hace viejo,
sin que mejore su suerte,
hasta que por ahi la muerte
sale a cobrarle el pellejo

Pero como no hay desgracia
que no acabe alguna vez,
me aconteció que después
de sufrir tanto rigor,
un amigo, por favor,
me compuso con el Juez.
........................................

Ya conoce, pues, quién soy;
tenga confianza conmigo:
Cruz le dio mano de amigo,
y no lo ha de abandonar;
juntos podemos buscar
pa los dos un mesmo abrigo.

Andaremos de matreros
si es preciso pa salvar;
nunca nos ha de faltar
ni un güen pingo pa juir,
ni un pajal ande dormir,
ni un matambre que ensartar.

Y cuando sin trapo alguno
nos haiga el tiempo dejao,
yo le pediré emprestao
el cuero a cualquiera lobo,
y hago un poncho, si lo sobo,
mejor que poncho engomao.

Para mí la cola es pecho
y el espinazo es cadera
hago mi nido ande quiera
y de lo que encuentro como;
me echo tierra sobre el lomo
y me apeo en cualquier tranquera.

Y dejo rodar la bola,
que algún día se ha de parar...
tiene el gaucho que aguantar
hasta que lo trague el hoyo,
o hasta que venga algún criollo
en esta tierra a mandar.

Lo miran al pobre gaucho
como carne de cogote:
lo tratan al estricote
y si ansí las cosas andan,
porque quieren los que mandan,
aguantemos los azotes.

!Pucha! si usté los oyera,
como yo en una ocasión
tuita la conversación
que con otro tuvo el Juez;
le asiguro que esa vez
se me achicó el corazón.

Hablaban de hacerse ricos
con campos en la fronteras,
de sacarla más ajuera,
donde había campos baldidos
y llevar de los partidos
gente que la defendiera.

Todos se güelven proyetos
de colonias y carriles,
y tirar la plata a miles
en los gringos enganchaos,
mientras al pobre soldao
le pelan la cucha... !ah, viles!

Pero si siguen las cosas
como van hasta el presente,
puede ser que redepente
veamos el campo disierto,
y blanquiando solamente
los güesos de los que han muerto.

Hace mucho que sufrimos
la suerte reculativa
trabaja el gaucho y no arriba
porque a lo mejor del caso,
lo levantan de un sogazo
sin dejarle ni saliva.

De los males que sufrimos
hablan mucho los puebleros,
pero hacen como los teros
para esconder sus niditos:
en un lao pegan los gritos
y en otro tienen los güevos.

Y se hacen los que no aciertan
a dar con la coyontura:
Mientras al gaucho lo apura
con rigor la autoridá,
ellos a la enfermedá
le están errando la cura.



Capítulo 13
MARTIN FIERRO

Ya veo que somos los dos
astillas del mesmo palo:
yo paso por gaucho malo
y usté anda del mesmo modo;
y yo, pa acabarlo todo,
a los indios me refalo.

Pido perdón a mi Dios
que tantos bienes me hizo,
pero dende que es preciso
que viva entre los infeles,
yo seré cruel con los crueles:
ansi mi suerte lo quiso.

Dios formó lindas las flores,
delicadas como son;
le dió toda perfeción
y cuanto él era capaz,
pero al hombre le dió más
cuando le dio el corazón.

Le dió claridá a la luz,
juerza en su carrera al viento,
le dió vida y moviumiento
dende la águila al gusano;
pero más le dio al cristiano
al darle el entendimiento.



............................................
 

Yo sé que allá los caciques
amparan a los cristianos,
y que los tratan de
cuando se van por su gusto.
!A qué andar pasando sustos...!
alcemos el poncho y vamos.

En la cruzada hay peligros,
pero ni aun esto me aterra:
yo ruedo sobre la tierra
arrastrao por mi destino;
y si erramos el camino...
no es el primero que lo erra.

Si hemos de salvar o no,
de esto naides nos responde;
derecho ande el sol se esconde
tierra adentro hay que tirar;
algun día hemos de llegar...
despues sabremos a dónde.

No hemos de perder el rumbo:
los dos somos güena yunta.
el que es gaucho ve ande apunta
aunque inora ande se encuentra;
pa el lao en que el sol se dentra
pueblan los pastos la punta.

De hambre no pereceremos,
pues, sigún otros me han dicho,
en los campos se hallan bichos
de los que uno necesita...
gamas, matacos, mulitas
avestruces y quirquinchos.

Cuando se anda en el desierto
se come uno hasta las colas;
lo han cruzao mujeres solas
llegando al fin con salú,
y ha de ser gaucho el ñandú
que se escape de mis bolas.

Tampoco a la sé le temo;
yo la aguanto muy contento;
busco agua olfatiando el viento
y, dende que no soy manco,
ande hay duraznillo blanco
cavo, y la saco al momento.

Allá habrá siguridá
ya que aquí no la tenemos;
menos males pasaremos
y ha de haber grande alegría
el día que nos descolguemos
en alguna toldería.
Fabricaremos un toldo,
como lo hacen tantos otros,
con unos cueros de potro,
que sea sala y sea cocina.
!Tal vez no falte una china
que se apiade de nosotros!

Allá no hay que trabajar,
vive uno como un señor;
de cuando en cuando un malón,
y si de él sale con vida,
lo pasa echao panza arriba
mirando dar güelta el sol.

Y ya que a juerza de golpes
la suerte nos dejó a flus
puede que allá veamos luz
y se acaben nuestras penas:
todas las tierras son güenas;
vamosnós, amigo Cruz.

El que maneja las bolas,
el que sabe echar un pial
y sentarsele a un bagual
sin miedo de que lo baje,
entre los mesmos salvajes
no puede pasarlo mal.

El amor como la guerra
lo hace el criollo con canciones;
a mas de eso en los malones
podemos aviarnos de algo;
en fin amigo, yo salgo
de estas pelegrinaciones.

En este punto el cantor
buscó un porrón pa consuelo,
echó un trago como un cielo,
dando fin a su argumento;
y de un golpe el instrumento
lo hizo astillas contra el suelo.

-Ruempo -dijo-, la guitarra,
pa no volverme a tentar;
ninguno la ha de tocar,
por siguro tengaló;
pues naides ha de cantar
cuando este gaucho cantó.

Y daré fin a mis coplas
con aire de relación;
nunca falta un preguntón
más curioso que mujer,
y tal vez quiera saber
como jué la conclusión.

Cruz y Fierro de una estancia
una tropilla se arriaron;
por delante se la echaron
como criollos entendidos,
y pronto sin ser sentidos
por la frontera cruzaron.

Y cuando la habían pasao,
una madrugada clara
le dijo Cruz que mirara
las últimas poblaciones,
y a Fierro dos lagrimones
le rodaron por la cara.

Y siguendo el fiel del rumbo
se entraron en el desierto,
no sé si los habrán muerto
en alguna correría,
pero espero que algun día
sabré de ellos algo cierto.

Y ya con estas noticias
mi relacion acabé;
por ser ciertas las conté,
todas la desgracias dichas:
es un telar de desdichas
cada gaucho que usté ve.

Pero ponga su esperanza
en el dios que lo formó;
y aquí me despido yo
que he relatao a mi modo
males que conocen todos,
pero que naides contó.






















POEMAS DE JUAN ANTONIO       PÉREZ BONALDE

VUELTA A LA PATRIA
                        I
¡Tierra! grita en la prora el navegante
y confusa y distante,
una línea indecisa
entre brumas y ondas se divisa.
Poco a poco del seno
destacándose va del horizonte,
sobre el éter sereno
la cumbre azul de un monte;
y así como el bajel se va acercando,
va extendiéndose el cerro
y unas formas extrañas va tomando;
formas que he visto cuando
soñaba con la dicha en mi destierro.

Ya la vista columbra
las riberas bordadas de palmeras,
y una brisa cargada con la esencia
de violetas silvestres y azahares,
en mi memoria alumbra
el recuerdo feliz de mi inocencia,
cuando pobre de años y pesares
y rico de ilusiones y alegría,
bajo las palmas retozar solía
oyendo el arrullar de las palomas,
bebiendo luz y respirando aromas

Hay algo en esos rayos brilladores
que juegan por la atmósfera azulada,
que me hablan de ternuras y de amores
de una dicha pasada
y el viento al suspirar entre las cuerdas,
parece que me dice “¿no te acuerdas?”…

Ese cielo, ese mar, esos cocales,
ese monte que dora
el sol de las regiones tropicales…
¡Luz! ¡Luz al fin! –los reconozco ahora:
son ellos, son los mismos de mi infancia,
y esas playas que al sol del mediodía
brillan a la distancia,
¡Oh inefable alegría!
son las riberas de la patria mía!.

Ya muerde el fondo de la mar hirviente
del ancla el férreo diente;
ya se acercan los botes desplegando
al aire puro y blando
la enseña tricolor del pueblo mío
¡a tierra! ¡a tierra! o la emoción me ahoga,
o se adueña de mí el desvarío!

Llevado en alas de mi ardiente anhelo,
me lanzo presuroso al barquichuelo
que a las riberas del hogar me invita.
Todo es grata armonía; los suspiros
de la onda de zafir que el remo agita;
de las marinas aves
los caprichosos giros;
y las notas suaves, y el timbre lisonjero,
y la magia que toma
hasta en labios del tosco marinero
el dulce son de mi nativo idioma. 

¡Volad, volad veloces,
ondas, aves y voces!
Id a la tierra donde el alma tengo
y decidle que vengo
a reposar, cansado caminante,
del hogar a la sombra un solo instante;
decidle que en mi anhelo, en mi delirio
por llegar a la orilla, el pecho siente
dulcísimo martirio;
decidle, en fin que mientras estuvo ausente
ni un día, ni un instante hela olvidado,
y llevadle este beso que os confío,
tributo alentado
que desde el fondo de mi ser le envío.

¡Boga, boga, remero; así… llegamos!
¡Oh emoción hasta ahora no sentida!
¡ya piso el santo suelo en que probamos
El almíbar primero de la vida!

Tras ese monte azul cuya alta cumbre
lanza reto de orgullo
al zafir de los cielos,
está el pueblo gentil donde al arrullo
del maternal amor rasgué los velos
que me ocultaban la primera lumbre.

¡En marcha, en marcha, postillón, agita
el látigo inclemente!
y a más andar, el carro diligente
por la orilla del mar se precipita.

No hay peña ni ensenada que en mi mente
no venga a despertar una memoria,
ni hay ola que en la arena humedecida
no escriba con espuma alguna historia
de los alegres tiempos de mi vida,
Todo me habla de sueños y cantares,
de paz, de amor y de tranquilos bienes,
y el aura fugitiva de los mares
que viene, leda, a acariciar mis sienes,
me susurra al oído
con misterioso acento: “Bienvenido”.

Allá van los humildes pescadores
las redes a tender sobre la arena;
dichosos que no sienten los dolores
ni la punzante pena
de los que lejos de la patria lloran;
infelices que ignoran
la insondable alegría
de los que tristes del hogar se fueron
y luego ansiosos, al hogar volvieron.

Son los mismos que un día,
siendo niño admiraba yo en la playa,
pensando, en mi inocencia
que era la humana ciencia,
la ciencia de pescar con la atarraya.

Bien os recuerdo, humildes pescadores,
aunque no a mí vosotros, que en la ausencia
los años me han cambiado y los dolores.

Ya ocultándose va tras un recodo
que hace el camino, el mar, hasta que todo
al fin desaparece.
Ya no hay más que montañas y horizontes,
y el pecho se estremece
al respirar cargado de recuerdos,
el aire puro de los patrios montes.
De los frescos y límpidos raudales
el murmurio apacible;
de mis canoras aves tropicales
el melodiosos trino que resbala
por las ondas del éter invisible;
los perfumados hálitos que exhala
el cáliz áureo y blando
de las humildes flores del barranco;
todo a soñar convida,
y con suave empeño
se apodera del alma enternecida
la indefinible vaguedad de un sueño.

Y rueda el coche, y detrás del las horas
deslízanse ligeras 
sin yo sentir, que el pensamiento mío
viaja por el país de las quimeras
y sólo hallan mis ojos sin mirada
los incoloros senos del vacío…

De pronto, al descender de una hondonada,
“¡Caracas,  allí está!” dice el auriga,
y súbito el espíritu despierta
ante la dicha cierta
de ver la tierra amiga.

Caracas, allí está; sus techos rojos,
su blanca torre, sus azules lomas
y sus bandas de tímidas palomas
hacen nublar de lágrimas mis ojos.

Caracas, allí está; vedla tendida
a las faldas del Ávila empinado,
odalisca rendida
a los pies del sultán enamorado.

Hay fiesta en el espacio y la campiña,
fiesta de paz y amores:
acarician los vientos la montaña;
del bosque los alados trovadores
su dulce canturía
dejan oír en la alameda umbría;
los menudos insectos en las flores
a los dorados pistilos se abrazan;
besa el aura amorosa al manso Guaire,
y con los rayos de la luz se enlazan
los impalpables átomos del aire.
¡Apura, apura, postillón, Agita
el látigo inclemente!
¡Al hogar, al hogar, que ya palpita
por él mi corazón… ¡mas, no –detente!
¡Oh infinita aflicción! ¡Oh desdichado
de mí, que en mi soñar hube olvidado
que ya no tengo hogar!... Para, cochero,
tomemos  cada cual nuestro camino;
tú, al techo lisonjero
 do te aguarda la madre, el ser divino
que es de la vida centro y alegría,
y yo … yo al cementerio
donde tengo la mía.

¡Oh insondable misterio
que trueca el gozo en lágrimas ardientes!
¿En dónde está, Señor, esa tu santa
infinita bondad, que así consientes
junto a tanto placer, tristeza tanta?

Ya no hay fiesta en los aires; ya no alegra
la luz que el campo dora;
ya no hay sino la negra
pena cruel que el pecho me devora.
¡Valor! ¡Firmeza, corazón! No brotes
todo tu llanto ahora – no lo agotes,
que mucho, mucho que sufrir aún falta;
Ya no lejos resalta
de la llanura sobre el verde manto
la ciudad de las tumbas y del llanto;
Ya me acerco, ya piso
los callados umbrales de la muerte,
ya la modesta lápida diviso
del angélico ser que el alma llora;
Ven, corazón, y vierte
tus lágrimas ahora.               


                        II

Madre, aquí estoy; de mi destierro vengo
a darte con el alma el mudo abrazo
que no te pude dar en tu agonía;
a desahogar en tu glacial regazo
la pena aguda que en el pecho tengo
y a darte cuenta de la ausencia mía.

Madre, aquí estoy; en alas del destino
me alejé de tu lado una mañana
en pos de la fortuna
que para ti soñé desde la cuna;
mas, ¡oh suerte inhumana!
Hoy vuelvo, fatigado peregrino,
y sólo traigo que ofrecerte pueda
esta flor amarilla del camino
y este resto de llanto que me queda.

Bien recuerdo aquel día,
que el tiempo en mi memoria no ha borrado;
era de Marzo una mañana fría
y cerraba los cielos el nublado.
Tú en el lecho aún estabas,
triste y enferma y sumergida en duelo,
que con alma de madre contemplabas
el hondo desconsuelo
de verme separar de tu regazo.
Llegó la hora despiadada y fiera,
y con el pecho herido
por dolor hasta entonces no sentido,
fui a darte, madre, mi postrer abrazo
y a recibir tu bendición postrera.

¡Quién entonces pensara
que aquella voz angelical en mi oído
nunca más resonara!
Tú, dulce madre, tú, cuando infelice,
dijiste al estrecharme contra el pecho:
“Tengo un presentimiento que me dice
que no he de verte más bajo este techo”.

Con supremo esfuerzo desliguéme
de los amantes lazos
que me formaban en redor tus brazos,
y fuera me lancé como quien teme
morir de sentimiento…
¡Oh terrible momento!
Yo fuerte me juzgaba,
mas, cuando fuera me encontré y aislado,
el vértigo sentí de pajarillo
que en la jaula criado,
se ve de pronto en la extensión perdido
de las etéreas salas,
sin saber dónde encontrará otro nido
ni a dónde, torpes, dirigir sus alas.

Desató el sollozar el nudo estrecho
que ahogaba el corazón en su quebranto,
y se deshizo en llanto
la tempestad que me agitaba el pecho.
Después, la nave me llevó a los mares,
y llegamos al fin, un triste día
a una tierra muy lejos de la mía,
donde en vez de perfumes y cantares,
en vez de cielo azul y verdes palmas,
hallé nieblas y ábregos, y un frío
que helaba los espacios y las almas.

Mucho, madre, sufrí con pecho fuerte,
mas suavizaba el sufrimiento impío
la esperanza de verte
un tiempo no lejano al lado mío.
¡Ay del mortal que ciego
confía su ventura a la esperanza!...
La ley universal cumplióse luego,
y vi en el alma presta,
la mía disiparse
cual mira en lontananza
 torcer el rumbo en dirección opuesta
el náufrago al bajel que vio acercarse.

Bien recuerdo aquel día
que el tiempo en mi memoria no ha borrado
era de Marzo otra mañana fría
y los cielos cerraban otro nublado.

Triste, enfermo y sin calma,
en ti pensaba yo cuando me dieron
la noticia fatal que hirió mi alma,
lo que sentí decirlo no sabría…
sólo sé que mis lágrimas corrieron
como corren ahora, madre mía.

Después al mundo me lancé, agitado,
y atravesé océanos y torrentes,
y recorrí cien pueblos diferentes;
tenue vapor del huracán llevado,
alga sin rumbo que la mar flagela,
viento que pasa, pájaro que vuela. 

Mucho, madre. He adquirido
mucha experiencia y muchos desengaños,
y también he perdido
toda la fe de is primeros años.

¡Feliz quien como tú ya en esta vida
no tiene que luchar contra la suerte
y puede reposar en la seguida,
inalterable calma de la muerte;
sin ver ni padecer el mal eterno
que nos hiere doquier con saña cruda,
ni llevar en el pecho el frío interno
de la indomable duda!.

¡Feliz quien como tú, con altiveza
reclinó para siempre la cabeza
sobre los lauros del deber cumplido,
cual la reclina, por la muerte herido,
tras el combate rudo
risueño, el gladiador sobre su escudo!.

Esa, madre, es tu gloria
y la alta recompensa de tu historia,
que el premio solo del deber sagrado
que impone el cristianismo
está en el hecho mismo
de haberlo practicado.

Madre, voy a partir: mas parto en clama
y sin decirte adiós, que eternamente
me habrás de acompañar en esta vida;
tú hs muerto para el mundo indiferente,
mas nunca morirás, madre del alma,
para el hijo infeliz que no te olvida.

Y fuera el paso muevo,
y desde su alto y celestial palacio,
su brillo siempre nuevo
derrama el sol cerúleo espacio…

Ya lejos de los tumultos me encuentro,
ya me retiro solitario y triste;
mas ¡ay! ¿a dónde voy? si ya no existe
de hogar y madre el venturoso centro? …
¿a dónde ---¡a la corriente de la vida,
a luchar con las ondas brazo a brazo,
hasta caer en su mortal regazo
con alma en paz y con la frente erguida!.



                        FLOR

                           I

Flor se llamaba, flor era ella,
flor de los valles en una palma,
flor de los cielos en una estrella,
flor de mi vida, flor de mi alma.

Era más suave que blanda arena,
era más pura que albor de luna,
y más amante que una paloma,
y más querida que la fortuna.
Eran sus ojos luz de mi idea,
su frente lecho de mis amores,
sus besos eran dulzura hiblea,
y sus abrazos collar de flores.

Era al dormirse tarde serena,
al despertarse rayo del alba,
cuando lloraba limbo de pena,
cuando reía cielo que salva.

La de los héroes ansiada palma,
de los que sufren el bien no visto,
la gloria misma que sueña el alma
de los que esperan en Jesucristo;

Era a mis ojos condena odiosa
si comparada con la alegría,
de ser el vaso de aquella rosa,
de ser el padre de la hija mía.

Cuando en la tarde tornaba al nido
de mis amores, cansado y triste,
con el inquieto cerebro herido
por esta duda de cuanto existe;

Su madre tierna me recibía
con ella en brazos –yo la besaba…
y entonces … todo lo comprendía
y al Dios sentido todo lo fiaba!...


¿Qué el mal existe? --- ¡Delirio craso!
¿Qué hay hechos ruines? --- ¡Error profundo!
¿No estaba en ella mirando acaso
la ley suprema que rige al mundo?

¡Ah! cómo ciega la dicha al hombre,
cómo  se olvida que es rey el duelo,
que hay desventuras sin fin ni nombre
que hacen los puños alzar al cielo.

¡Señor! ¿existes? ¿Es cierto que eres
consuelo y premio de los que gimen,
que en tu justicia tan sólo hieres
al seno impuro y al torvo crimen?.


Responde, entonces: ¿por qué la heriste?
¿cuál fue la mancha de su inocencia,
cuál fue la culpa de su alma triste?
¡Señor, respóndeme en la conciencia!

Alta la lleva siempre y abierta,
que en ella nada negro se esconde;
la mano firme llevo a su puerta,
inquiero … y nada, nada responde.

Sólo del alma sale un gemido
de angustia y rabia, y el pecho, en tanto
por mano oculta de muerte herido
se baña en sangre, se ahoga en llanto.

Y en torno sigue la impía calma
de este misterio que llaman vida,
y en tierra yace la flor de mi alma,
y al lado suyo mi fe vencida.


                        II

¡Allí está! Blanca, blanca
como la nieve virgen que el potente
viento del Norte de la cumbre arranca;
como el lirio que troncha mano impía
orillas de la fuete
que en reflejar su albura se engreía.

¡Allí está! … La suave
primavera  pasó; pasó el verano
y la estación poética en que el ave
y las hojas se van; retornó el cano,
pálido invierno con su alegre arreo
de fiesta y de niños, y aún la veo
y la veré por siempre …¡Allí está!... fría
entre rosas tendida, como ella
blancas y puras y en botón cortadas
al despertar el día.

¡Ay! En la hora aquella,
¿dónde estaban las hadas
protectoras del niño?,
que no vinieron con la clara estrella
de su vara de armiño
a tocar en la frente a la hija mía,
a devolver la luz a aquellos ojos,
y a arrancar de mi pecho los abrojos
de esta inmensa agonía,
de este dolor eterno, de esta angustia
infinita, fatal, inmensurable,
de este mal implacable
que deja el alma mustia
para siempre jamás – que nada alcanza
a  mitigar en este mundo incierto.
¡Nada! Ni la esperanza
ni la fe del creyente
en la ribera nueva,
en el divino puerto
donde la barca que las almas lleva
habrá de anclar un día;
ni el bálsamo clemente
de la grave, inmortal filosofía;
ni tú misma divina Poesía
que esta arpa de las lágrimas me entregas
para entonar el salmo de mi duelo…
Tú misma, no, no llegas
A calmar mi dolor…

¡Ábrase el cielo!
¡desgájese la gloria en rayos de oro
sobre mi frente … y desdeñosa, altiva
de su mal sin consuelo
al celestial tesoro
el alma mía cerrará su puerta:
que ni aquí, ni allá arriba
en la región abierta
de la infinita bóveda estrellada,
nada hay más grande, nada!
Más grande que el amor de mi hija viva,
Más grande que el dolor de mi hija muerta!
   

            ------------------------------------




            POEMA DEL NIÁGARA

                        I

       LA  LIRA  Y  EL  ARPA

¿Y podrás, lira mía,
en tus débiles cuerdas el rugido
hallar del aquilón; el estampido 
retumbante del trueno,
cuando su fragorosa artillería
barre de seno en seno
la combatida bóveda sombría?
¿Podrás el ronco acento
hallar del mar sañudo y turbulento,
y la potente fibra
que en la gigante cítara del viento,
con rudo plectro la tormenta vibra?
¿Podrás, en fin, de Heredia peregrino,
hallar la fuerte, la robusta nota
y el impetuoso grito de entusiasmo,
tú, pobre lira rota,
para alzar inmortal canto divino
al rey de los torrentes,
gala de un mundo y de los hombres pasmo,
Niágara atronador que hoy se levanta
Circundado de glorias esplendentes
Ante mi vista deslumbrada, y llena
El alma mía de pavor sublime,
Y enmudece la voz en mi garganta
Y con su inmensa majestad me oprime?.
¡Qué importa! Si la altiva, la serena
Musa inmortal de Píndaro y Quintana
me negare tirana,
sus divinos favores,
me quedas tú, sombría
diosa de los poéticos dolores,
numen inspirador de la elegía.
Sí, tú me quedarás, tú siempre fuiste,
en el desierto de mi vida triste,
mi columna de sombras por el día
y mi encendida nube por la noche…

Ven a mis manos, pues, ven, arpa mía,
que ya en mi pensamiento abre su broche
bajo el beso fecundo
de la lama inspiración, la flor del canto.

Ven entre llanto y llanto,
a referirle al asombrado mundo
de lo sublime el inmortal poema,
la soberbia belleza que dilata.

En noble aspiración el pecho triste
y la emoción suprema,
y el horror misterioso que sentiste
al borde de la inmensa catarata.


                        II

                    EL  RÍO

Azul, ancho, sereno,
espejo de los cielos que retrata
en su límpido seno,
de majestuosos pinos coronado,
al blando murmurío
de espumas de cristal y ondas de plata,
sonoro y sosegado,
regando aromas se desliza el río.
Y vagas el viajador por sus riberas
oyendo los suspiros de las aves
y las notas suaves
de las brisas ligeras
que vienen a empujar sobre las ondas
el ancho lino de las blancas naves.
¡Todo es paz en la tierra
Y todo luz en las etéreas blondas!...
¿Oís? … Allá, a lo lejos,
algo como un rumor. Sordo, perdido …
¿Qué será ese ruido?
¿será el viento en la sierra,   
precursor de los cárdenos reflejos
del rayo asolador? … No; el horizonte
sereno resplandece, y ni una nube
se cierne sobre el monte.
Escuchad cómo sube…
va creciendo por grados, va creciendo…
ya no es ruido lejano, ya es estruendo
que el ámbito ensordece,
y a medida que crece,
va la linfa perdiendo
su serena quietud; ya las espumas
no son las blandas; las ligeras plumas
que adornaban, graciosas,
la inmaculada frente
de la mansa corriente:
son oleadas ruidosas,
son roncos hervideros bullidores
que rugen, que se encrespan, que batallan,
y al chocarse entre sí, raudos estallan
en mil penachos de irritada espuma
que reflejan del iris los colores.
Y es en vano el luchar; la fuerza suma
de un poder misterioso, oculto, interno,
sin cesar los sacude, los agita
y al fin los precipita
en espumante remolino eterno.
Vórtice arrobador, bello, horroroso,
que hace olvidar, al contemplarlo mudo,
el trueno misterioso
que ya cerca retumba
con ímpetu sañudo…
blanco vapor se eleva
sobre el nivel agua, allá a lo lejos,
do con fuerza mayor el trueno zumba;
y la corriente embravecida lleva
del encumbrado sol a los reflejos,
pinos de sus orillas arrancados
cascos de naves, míseros despojos
por su implacable cólera arrastrados.
De pronto, un torbellino
de vaporosas chispas, invadiendo
el aire cristalino,
en lluvia azotadora el rostro os hiela
y os baña. Y os hostiga y os flagela
al ronco son del pavoroso estruendo…
¡No deis un paso más; cerrad los ojos,
que no os trastorne el vértigo la mente …
bajad por la colina …
ahora abridlos, y postraos de hinojos!.


                        III
           
               EL  TORRENTE

¡Oh espectáculo inmenso! ¡oh sorprendente
panorama de horror y hermosura!
¡oh inenarrable escena peregrina
que a un tiempo el llanto y la sonrisa arranca!
Falta al pecho el aliento; la luz pura
falta a los ojos por exceso de ella,
y la sangre se estanca
y al corazón se agolpa y lo atropella …
¡Oh! ¡Qué sublime horror! El ancho río,
desde escarpada, gigantesca altura,
en toda la extensión de su pujanza,
de súbito se lanza
en el abismo fragoso y frío.
¡Paso!, ¡paso al coloso!
la amedrentada tierra
gime bajo su peso; el poderoso
raudal se precipita,
y tras breve batalla,
cuanto su marcha cierra,
cuanto a sus pies palpita,
colinas, valles, árboles, peñones,
rompe, tala, avasalla,
y triunfador altivo, sus blasones
despliega al orbe que, agitado y mudo
de admiración lo acata;
¡digno blasón de su glorioso escudo:
en campo azul, vorágine de plata!
ved como tiembla la humillada roca
y el combatido centro del abismo
cuando su seno toca
con el rudo fragor de cataclismo
la desprendida mole del torrente
lago de espuma hirviente,
como vasto incensario,
alza eterno plumaje
de flotante y fúlgidos vapores,
en severo homenaje
a la deidad terrible del santuario:
al dios de los abismos bramadores,
al númen dueño del cerrado arcano
que guardan en su seno oscuro y frío
las simas y los antros, y el océano,
las sombras y el vacío.
¿Do te ocultas deidad atronadora?
¿en qué confín perdido del torrente
tienes tu húmedo lecho,
para volar ansioso y diligente
a tu encuentro feliz? Sí, ya la hora
sonó de interrogarte frente a frente;
Sí, yo tengo el derecho,
Como cantor, como hombre,
De venir a tu lóbrego palacio,
de la verdad en nombre ,
a pedirte el secreto del abismo,
ese enigma profundo
que debe ser el mismo
que, no resuelto aún, lleva en el pecho
el mísero mortal en este mundo:
la rebelión, la duda, la agonía
del corazón en lágrimas deshecho …
¡Genio, responde a mi clamor, responde!
¿Por dónde, di, por dónde
se va hasta ti? La fría,
la inmensa, la impetuosa catarata
que en lluvia de diamantes se desata
al descender al antro furibundo,
con su raudal frenético me esconde
los umbrales de plata
de tu oscuro palacio:
el estruendo iracundo
ensordece el espacio,
y la agitada espuma
me azota el rostro y por doquier me abruma.

                        IV
            SUB-UMBRA

¿Por qué, por qué en mi auxilio
no vienes hasta mí?… ¿Dó estás, Virgilio?
¡tú  que guiaste al profundo
como padre y maestro,
al monarca del estro,
al animoso bardo florentino!
Ven, tiéndeme la mano,
ven, muéstrame el camino…
¡nadie... ni un alma… ni una voz! En vano
fue mi clamor… ¡Qué importa! Nunca alarde
hizo de temerario el bardo triste;
mas nunca fue cobarde
que su valor resiste
a todos los embates de la suerte,
pues á más de profeta,
¡sacerdote y caudillo
es la sublime misión del poeta
ser héroe denodado, aunque sencillo,
y vencedor del tiempo y de la muerte!... 
¡Adelante, alma mía!
allí  junto al peligro está la boca
de la sima profunda …
¡fe, valor, osadía!
ya el pie resbala en la musgosa roca,
ya la lluvia iracunda
me flagela la frente …
¡este es mi Sinaí relampagueante, 
este es mi Orbe ardiente! …
¡Adelante! ¡Adelante!
¡Qué hermosa caverna!
¡Qué espantoso ruido! ¡Aquí tienen su nido
la oscuridad eterna,
el torbellino airado,
la fragorosa espuma,
el Aquilón helado,
la sofocante y cegadora bruma! …
¡Adelante! ¡adelante! ¡Allá en el fondo,
la sombra es más intensa,
el rugido más fuerte,
la atmósfera más densa
y más cerca al espíritu la muerte.
Allí, allí está el hondo
santuario en que se oculta
el dios de la terrible catarata!
¡Cómo llegar a él! … En arco enorme
que en el vórtice hirviente se sepulta,
sobre mi frente pálida, tendida,
cual bóveda de plata,
pasa la mole rápida y deforme
de la corriente al báratro impelida.
Bajo mis pies se escapa
la resbalosa peña
que sirve, artera, de engañosa capa
a la muerte en sus grietas escondida.
El vértice se adueña
de mi turbada mente …
¡un paso más … y terminó la vida!
                        V
 
                 EL   ECO

Héme aquí, frente a frente
de la espesa tiniebla desde donde
oírme debe la deidad rugiente
que en su seno se esconde:
--“Dime, genio terrible del torrente,
¿a dónde vas al trasponer la valla
del hondo precipicio,
tras la ruda batalla
de la atracción, la roca y la corriente? …
¿a dónde va el mortal cuando la frente
triunfadora del vicio,
yergue, al bajar a la mundana escoria
en pos de amor y venturanza y gloria?
¿adónde, van, adónde,
su fervoroso anhelo,
tu trueno que retumba? …”
y el eco me responde,
ronco y pausado: ¡tumba!

¡Espíritu de hielo,
que así respondes a mi ruego, dime;
si es la tumba sombría
el fin de tu hermosura y tu grandeza;
el término fatal de la esperanza,
de la fe y la alegría;
del corazón que gime
presa del desaliento y los dolores;
del alma que se lanza
en pos de la belleza,
buscando el ideal y los amores;
después que todo pase,
cuando la muerte al fin, todo lo arrase,
sobre el océano que la vida esconde,
dime qué queda; di, ¿qué sobrenada? …”
y el eco me responde,
triste y doliente: ¡nada! 

Entonces, ¿por qué ruges,
magnífico y bravío,
por qué en tus rocas, impetuoso crujes,
y el universo asombras
con tu inmortal belleza,
si todo ha de perderse en el vacío? …
¿Por qué lucha el mortal, y ama, y espera,
y ríe, y goza, y llora y desespera,
si todo, al fin, bajo la losa fría
por siempre ha de acabar? … Dime, ¿algún día,
sabrá el hombre infelice do se esconde
el secreto del ser? ¿Lo sabrá nunca?
y el eco me responde,
vago y perdido: ¡nunca!

¡Adiós, Genio sombrío,
más que tu gruta y tu torrente helado;
no más exijo de tu labio impío,
que al alejarme, triste, de tu lado,
llevo en el cuerpo y en el alma frío.
A buscar la verdad vine hasta el fondo
de tu profunda cueva;
mas, ¡ay!, en vez de la razón ansiada,
un abismo más hondo
mi alma desesperada
en su seno al salir, consigo lleva …
ya sé, ya sé el secreto del abismo
que descubrir quisiera …
es el mismo, es el mismo
que lleva el pensador dentro del pecho:
la rebelión, la duda, la agonía
del corazón en lágrimas deshecho!.

                                VI
                        ¡HOSANNA!

Y lejos de la gruta el paso guío
contra el azote del raudal luchando.
¡Ya fuera estoy del ámbito sombrío!
¡Oh! ¡Qué bella esa luz! ¡qué hermosa, cuando
salimos del horror de las tinieblas! …
ved como juega en círculo brillante
sobre las blandas nieblas
que circundan la frente del gigante
ved los tintes que toma,
según viene a su encuentro,
ya en penacho de pluma,
ya en velo de cristal o en lluvia fina,
la vaporosa espuma
o el agua cristalina.
Aquí, en el ancho centro,
Ostenta los colores
Del cuello tornasol de la paloma;
Allá es verde esmeralda,
Abajo, azul de límpido zafiro;
Y vista de lo alto,
Es mágica guirnalda
De irisados fulgores,
De la ovación en el revuelto giro
Al pie arrojada del augusto salto…

Y pensar, y pensar que tal tesoro,
tanta regia hermosura,
traidora esconde como sirte oscura
en su seno insondable,
inflexible a la súplica y al lloro,
a la amenaza fiera, al canto tierno,
la muerte inexorable,
la eterna sombra y el olido eterno…

¡Ay de aquel que, inocente,
se deje fascinar por su belleza,
y con pie descuidado
se aproxime al torrente!
¡Ay de ti, trovador entusiasmado
por la ideal grandeza
en que tu alma se inspira,
si a tus sueños de gloria abandonado,
no combates el vértigo que gira
en tu encendida y deslumbrada mente!...
¡Ay de ti, pobre nauta,
si tu barquilla incauta
toca al borde traídos de la corriente!...
¡Ay de ti, criminal de manos rojas,
si, huyendo de la ira
de la justicia humana,
o de la faz tirana
de aquellos, ay, que por tu causa gimen,
con ánimo imprudente
a cruzarlo te arrojas!...
¿Qué le importa al abismo oscuro y hondo,
si es escogido o réprobo el que espira,
si es la virtud o el crimen,
el puñal o la lira,
lo que arrastran las aguas a su fondo?  


¡Quién como tú feliz, Niágara undoso!
¡quién como tú glorioso!
tienes para tu orgullo,
y para orgullo que jamás perece.
De la libre región que se adormece
al rudo son de tu gigante arrullo,
un continente, un mundo por imperio,
el abismo por trono,
por escabel la sombra y el misterio;
por himno de victoria
del trueno eterno el pavoroso tono;
 la hermosura suprema
por cetro de tu gloria;
el iris rutilante por diadema;
por incienso, el vapor de hirviente plata
que, en elástica nube,
eternamente sube
del hondo seno oculto
al choque de la rauda catarata;
por sacerdotes sumos de tu culto
los genios de la tierra,
la lira y los pinceles;
y por vasallos fieles
las razas, las naciones
y las generaciones
de asombro mudas, que el planeta encierra.

                           VII
               HOMBRE Y ABISMO

¡Quién como tú, feliz Niágara undoso!
¡quién como tú, glorioso!
mas a pesar de tu insólita belleza,
a pesar de tu indómita fiereza
de tu trueno, y tu vórtice, y tu bruma,
a pesar de tu indómita fiereza
y tu poder sin nombre,
¡tú no eres más que yo, ni más que el hombre!
Tú eres la imagen viva
de la proscrita humanidad altiva;
tú eres el hombre mismo
en escala aumentada;
por eso, cuando ansioso de adueñarme
del secreto del ser baje a tu abismo,
¿Pudiste acaso darme
la clave deseada …?
Nada supiste responderme, nada;
que lo que el hombre ignora
lo ignoras tú también:
Tras el radiante
velo de tu hermosura arrobadora
escondes tú de la mortal mirada
tu musgo, tu pantano,  
tu limo y tus horribles asperezas;
y el infeliz humano,
detrás de sus quiméricas grandezas,
oculta, agonizante,
la inocencia perdida
y el fango y las miserias de la vida.
Tú sales rumoroso, azul, sereno,
de las fuentes del río,
y luego impetuoso, desbordado,
te despeñas, colérico, en el seno
del abismo sombrío;
así el niño mimado
sale puro, inocente,
de bajo el ala maternal; mas, luego,
el pecado lo arrastra en su corriente
de calcinante fuego,
y víctima del mal y las pasiones,
rueda al fin, inconsciente,
del dolor a las lóbregas regiones.

Tú tienes tus vapores deslumbrantes,
tus nubes ondulantes
que, audaces, un momento el aire hienden
por subir al azul, y al fin, cansadas,
tras vano batallar, raudas descienden
en gotas sin color al centro frío;
también el hombre tiene sus doradas,
flotantes ilusiones,
sus locas ambiciones
que lanza, alucinado, en el vacío
de sus sueños quiméricos; vapores
que bajan luego en lluvia de dolores,
en lágrimas heladas a su frente …

Tú tienes tu estridente,
Fatídico rugido,
Tus simas, tus cavernas,
En donde el viento brama,
En donde da la ola
con lúgubre ruido;
En el alma del hombre
desesperada y sola,
tienen también su nido
la duda, las internas
rebeliones sin nombre;
el ara húmeda y fría
de la apagada llama
do la fe un tiempo ardía;
cenizas de memorias
ya en fango transformadas,
de sueños y de glorias,
de cerúleos amores,
de esperanzas rosadas
de apariciones blondas …
¡simas tal vez más hondas 
que todos tus horrores!
Tú ostentas en tu frente majestuosa
el iris luminoso de los cielos
que en círculo te ciñe, cual diadema
de oro y zafir, y de esmeralda y rosa
y al hombre triste, en medio de los duelos
de su lucha suprema,
lo corona en señal de nueva alianza
el iris del amor y la esperanza.


                        VIII
                    LA POESÍA

¡Viene el invierno rígido, inclemente,
de los climas boreales
donde sientas tus reales,
y te azota la frente,
y congela su aliento tus espumas,
y convierte tus brumas
en columnas prismáticas de plata,
donde la luz del cielo
se quiebra y se dilata
en un mar de cromáticas centellas
que te envuelve, amantes, como un velo
tachonado de estrellas,
como un jirón del iris arrancado
a la aurora magnética del Polo!
Todo en torno de ti, todo está helado;
todo respira el frío de la tumba,
sólo tu empuje, tu torrente sólo
resiste al enemigo.
Y en el silencio, indómito, retumba…
¡Jamás!, jamás te alcanzará su ira;
¡todo a tus plantas morirá; tú, en tanto,
te alzarás inmortal, como testigo
solitario del fin! … ¡Así la lira,
así del bardo el inspirado canto!
Ni el tiempo, ni la negra tiranía,
ni el martirio, ni el llanto,
podrán jamás helar la poesía
en el alma del mundo;
porque es ella, ella sola,
el ideal fecundo
detrás del cual la humanidad se lanza;
la infatigable ola
que eternamente gime
en la arena del mar de la Esperanza;
El Cristo que redime,
el Honor que enaltece,
la Virtud que consuela,
la Libertad divina que ennoblece.
Es ella el Arte que al mortal revela
la Belleza increada;
la Ciencia que debela
la sombra que a los astros oscurece;
la Luz que en la mirada,
cuando la forma del Amor reviste,
se refleja radiante
y da consuelo al triste,
descanso al caminante,
linfa al sediento,
al desnudo, calor, pan al hambriento.

Es la eterna tendencia,
es la constante aspiración del hombre
a algo mejor, más puro,
más noble, más hermoso, más perfecto
algo intangible que no tiene nombre,
más allá de la ciencia,
más allá del afecto,
más allá de lo claro y de lo oscuro:
algo infinito que jamás se trunca,
¡siempre más, siempre más… el linde nunca!
Es el brillante prisma diamantino
por el cual en la tierra,
todo se mira del color del cielo,
el Ideal, en fin, puro y divino,
que los sueños encierra,
ancho, dorado, luminoso velo
que en el alma sin fe, desesperada,
benigno, oculta a la mirada impía
el tenebroso abismo de la nada.
¡Tal es la Poesía!
tal es el Ideal que en tus raudales
vi reflejado, Niágara tremendo!...

            IX
     DIES  IRAE

¡Mas todo al cabo pasa, todo acaba
(menos la eterna, olímpica armonía
del bello dios del día)! …
¡Tú también pasarás: tu ronco estruendo
irá, al fin, a perderse en las eternas
regiones del vacío; tus caudales
luego se secarán a las internas
convulsiones plutónicas del globo;
y allí donde admiraba
el bardo altivo, en entusiasta arrobo,
tu fragoroso abismo,
tu remolino hirviente, tus espumas
y tu sin par belleza,
entre ominosas brumas
y pálidos despojos,
con amarga extrañeza
sólo verán los conturbados ojos
las huellas del horrendo cataclismo!  

¡Yo pasaré también; irá mi canto
a extinguirse en el seno de la muerte
a donde todo va; y allí do ardía
la sacra inspiración, el estro fuerte
del infelice bardo que su llanto
supo olvidar un día  
para cantar tu gloria,
sólo habrá vil escoria,
el polvo de una lira confundido
con el polvo del muerto,
y el eco de un sonido
perdido entre los ecos del desierto!

4 de julio de 1880


LA SILVA CRIOLLA DE FRANCISCO LAZO MARTÍ




Invitación 

(A un bardo amigo)

Es tiempo de que vuelvas;
es tiempo de que tornes…
No más de insano amor en los festines
con mirto y rosas y pálidos jazmines
tu pecho varonil, tu pecho exornes.

Es tiempo de que vuelvas…
Tu alma –pobre alondra—se desvive
por el beso de amor de aquella lumbre
deleite de sus alas. Desde lejos
la nostalgia te acecha. Tu camino
se borrará de súbito en su sombra…
Y voz doliente de las horas tristes,
y del mal de vivir oculto dardo,
el recuerdo que arraiga y nunca muere,
el recuerdo que hiere,
hará sangrar tu corazón, ¡oh Bardo!
No más los afanes de la corte
humilles la altivez de sus instintos,
ni turbe de tus noches la armonía 
falaz visión de pórticos y plintos,
y fúlgida terraza como el día.
Deja que los años la faena
los palacios derrumbe,
donde el placer es vórtice que atrae
y deslumbra la virtud sucumbe.


Ven de nuevo a tus pampas. Abandonada
el brumoso horizonte
que de apiñadas cumbres se corona.
Lejos del ígneo monte
ven a colgar tu tienda. Ven felice,
ven a dormir en calma tus quebrantos,
y como el sol de la desierta zona
en viva inspiración ardan tus cantos.


Guárdate de las cumbres…
Colosales, enhiestas y sombrías
las montañas serán eternamente
la hermosa pantalla de tus días.
Deja para otra gente
el gozo de mirar picos abruptos,
y queden para ti las alegrías
de ver, al despertar, alba naciente,
y de abrazar con sólo una mirada,
de Sur al Septentrión. Y del Ocaso
hasta el fúlgido Oriente
la línea, el ancho lote, siempre al raso
de la tierra natal.

¡Ah! de las cumbres,
baja la nieve a entumecer las almas;
las almas que han soñado en el desierto
a la rebelde sobra de las palmas
y bajo el cielo azul, claro y abierto.

¡Libra tu juventud! El rumbo tuerce
de la fastuosa vía
en la que el vicio su atracción ejerce
y se tiñe de rosa la falsía
donde el amor procaz vive a su antojo
y cubierta de pámpanos la frente
celebra en la locura del despojo
parda penumbra y carnación turgente.

Si es oro la lisonja al bravo y fiero
Señor –de cuantos míseros se humillan—
desprecia el arte vil, por lisonjero,
en que nombres y almas se mancillan;
y si quieres al fin que no te alcance
de la vergüenza el dardo,
de igual manera que al hirviente cardo,
a la pasión venal esquiva el lance.

Es tiempo de que vuelvas,
es tiempo de que tornes.
No más de insano amor en los festines
con mirto y rosa y pálidos jazmines
tu pecho varonil, tu pecho exornes.


I

Torna a soplar del Este
el viento alegre y zumbador. Ondea
cual agitada veste
el sedoso follaje. El sol orea
la charca pantanosa,
y por el reino de la luz pasea
legión de garzas de plumaje rosa.

Florecer es amar… Sobre la falda
de las toscas malezas entreteje
la parásita en flor, áurea guirnalda;
cuelga blanco vellón, de su costado
el nido comenzado;
regio collar de abiertas campanillas
la trepadora mazadaza enreda,
y en dos porciones de oraza rota,
despide al aura leda,
del nevado cairel de su bellota
trenza brillante el orozul de seda.

Tras la menuda flor cuaja el uvero
su gajo tempranero;
sus nacarados frutos en el limo
el punzador curujujul engendra;
la maya erige colosal racimo
y desprende el merey sabrosa almendra;
señuelo de su copa en lozanía,
escondidos granates el orore
en mil estuches cría;
emulando la escarcha
el espinito su jazmín estera,
y del verde mogote en la cimera
abre su flor simbólica la parcha.

En el aire, en la luz, en cuanto vive,
amor su aliento exhala;
y su aliento febril –tras el espeso
ramaje que es baluarte y es escala—
estremece del pájaro travieso
el mullido pulmón bajo del ala.
Torrente luminoso
de cumbre cenital se precipita;
del árbol generoso
la regalada sombra al sueño invita;
por el margen del caño
espárcese el rebaño;
tiemblan reverberando los confines,
y borracha de sol y miel llanera,
celeste mariposa mensajera
batiendo va sus cuatro banderines.


                        II

Ya no viene bramando cual solía
al declinar el día,
por uno y otro rumbo la vacada;
ni plantado en mitad del paradero
escarba y muge fiero
el toro padre de cerviz cuajada.
Ya no turba el reposo de los hatos
madrugador lucero;
ni despiertan el eco adormecido
el amante reclamo del bramido
a la par de la copla del vaquero.

A más benigno suelo,
a más fértil región de aguas profundas
y de lucientes pastos regalados,
a las islas distantes y fecundas,
fuéronse al fin pastores y ganados.

¡Cantando una tonada clamorosa
 y bajo el fiero sol de la sabana,
al paso lento de la res morosa
con rumbo al Sur cruzó la caravana!

                        III

Ya dos veces, monstruoso y despiadado
sobre la tierra pródiga, el incendio
su abanico flamante ha desplegado;
ya dos veces, por furias impelido,
las yerbas infecundas
su aliento abrasador ha consumido;
y de pie sin cejar, y frente a frente
con el río que impasible está delante,
humo y llamas lanzando su turbante
 ha brillado en las noches del desierto
como si fuera un faro ignipotente
clavado en la ribera de un mar muerto.

En línea de combate, a campo raso,
pronta la garra, la mirada alerta,
hambrientos gavilanes, paso a paso,
asediaron del fuego la reyerta.

Consume aún su aliento las entrañas
de los troncos vetustos;
fluye sutil fermento de las cañas
y blanda mirra lloran los arbustos.
Coronando el pavés de la macolla
sangriento cardenal bate sus alas;
las consumidas galas
vertiginoso remolino arrolla;
y sobre el lienzo oscuro del quemado,
de perfiles grotescos,
la ceniza y el aura han dibujado
flores grises y rotos arabescos.

Cuando mengüe la Luna habrá verdores
 en el fresco bajío;
y cerriles hatajos corredores
y venado bisoño,
en las tempranas horas del rocío
alegres pacerán tierno retoño.


                        IV

La riente primavera,
Primavera fugaz, del sol amiga;
La que lluvia de flores le prodiga
Al monte y la pradera,
También como la hierba al pobre arbusto
la primorosa dádiva recibe,
y de su escasa floración primera
el botón más hermoso
prende sobre el cabello revoltoso
la inocente muchacha sabanera.
 
¡Oh luz primaveral! De tu alegría
el espíritu inundas;
por ti es más bello y amoroso el día
tú enciendes su pasión, tú la fecundas,
tú mueves las canciones voluptuosas
y los castos arrullos,
tú brindas al placer lecho de rosas,
tú incitas a morir las mariposas
en la dulce embriaguez de los capullos.

¡Oh florida estación! Haced que nunca
turbe dolor violento
la paz de mis nacientes alegrías…
Y cuando vuele al fin mi pensamiento,
cuando vuele hacia allá, cuando yo muera,
que sea su compañera
la más brillante aurora de tus días!.


                        V

En estas dulces tardes veraniegas,
cuando el sol, que se va, desde lejano
purpurino confín, luz moribunda
esparce por el llano,
y del boscaje todo rumoroso,
y de un amor desconocido en alas,
por el aire sutil suben serenas
la canción funeral de las chicharras
y la ronca canción de las colmenas;
cuando apaga el purpúreo sangriento
y brota el color gris al horizonte
baña de nuevo en rojo
la columna de fuego que calcina
la tostada maleza del rastrojo.
Y por la faz  siniestra de la noche
y bajo el cielo trémulo y sin nube,
en ondas mueve su pulmón y sube
y la esperanza lleva,
el humo: la plegaria del trabajo
en holocausto de la rosa nueva.


                        VI

Al tornar frescos hálitos del Norte,
del país de la nieve,
en junco silbador y hora leve
tendrá el estero florida corte.
Al pie de sus ganados,
y cuando caiga la primera bruma,
volverán los pastores emigrados;
volverán las vacadas
a repletar las cercas, y de espuma
a coronar los botes,
la linfa de las ubres ordeñadas.
Concertará de nuevo la alegría
el coro de las voces;
tras la recia labor –ya muerto el día—
caballeros veloces
partirán la amorosa romería;
y al calor del brasero,
cuando la noche pavorosa avance,
cantando irán de trovador llanero
la copla, el tono triste y el romance.


                        VII

Sin amor, sin deber ¿qué existencia?
¡Es tiempo aún de combatir! Procura,
Oh Bardo sin ventura,
Que cese al fin tu dilatada ausencia!

¡Es tiempo aún de combatir! Acude,
ven a luchar con juveniles bríos
 por el bien de la raza cuyos lares
consagra el almo sol junto a los ríos
y  cerca de los próvidos palmares.
por el bien de la raza que abandona
el rincón sin azares
de la vieja ciudad, y repartida
sobre la ardiente, solitaria zona,
lucha con el dolor y con la vida;
por amor a tu raza en desventura;
por esta pobre tierra,
que el maléfico genio de la guerra
convierte ya en enorme sepultura;
por estos seres buenos y sencillos;
por este pueblo amado,
que vive –noble víctima—entregado
a la ciega ambición de los caudillos.


                        VIII
Tus pasos vulva hacia el hogar, ¡oh Bardo!
Yace por tierra el matizado velo
con el cual primavera engalanaba
los montes de tu suelo.
Cantando sin reposo la guacaba
pide lluvias al cielo,
conquistan con la fuerza y la osadía

nidos para el invierno los turpiales;
en los ralos matales
mueve el amor trinada algarabía;
y con tesón rayano en el enojo,
en la verde oquedad de la montaña
el carpintero de bonete rojo
cincela el tronco hasta la dura entraña.

Nueva decoración y nuevo encanto
lucen las atrayentes lejanías
que tu espíritu amó con amor santo.
Grises tapicerías
cubren el horizonte. La llanura
tiene otra vez reverdecido manto.

Como en aquellos días
del venturoso tiempo ya lejano,
en pos de mis pasadas alegrías,
vuelvo a tender la vista sobre el llano.
Caído en la remota lontananza
sin su manto de gloria,
el moribundo sol parece un cirio
que alumbrase honda cámara mortuoria.
El viento, sin rumor, apenas risa
la silente laguna en cuyo espejo
invisible dolor vertió ceniza;
y con vuelo despacio,
de la tarde a los pálidos reflejos,
las garzas que se irán, que se irán lejos,
pueblan de cruces blancas el espacio.

Hoy como ayer, andando a la ventura,
absorta la mirada, lento el paso,
trayendo margaritas del Ocaso,
miro bajar la noche a la llanura.
Mas de pronto pensando que fue triste,
pensando con dolor, pensando en ella,
me arrodillo en el polvo del camino
que en hora igual de gozo vespertino
recibió las caricias de su huella.

¡Oh destino de todos los que amaron!
¡Oh destino cruel! ¡Tú me condenas
a buscar en las móviles arenas
unas huellas que ha tiempo se borraron!

Llanura o cielo, cúspide o abismo;
¡santa Naturaleza!
para el dolor que vivo en tu grandeza
¿cuál palabra mejor que tu mutismo?

¡Oh Madre! El áureo broche de tus días,
y tus campos que amó la primavera,
retienen prisionera
el alma de mis muertas alegrías!

Hoy como ayer, y de la noche oscura
bajo la inmensa nave,
en tono triste, quejumbroso y grave
brota doliente canto en la llanura;
y trae breve silencio, cual sonoro
trueno de burlas el cantar vecino,
en son de fiesta, alcaravanes pardos,
abierta el ala de purpúreos dardos,
rompen a carcajadas en su trino.

De pavura o dolor, el grave canto
y la seguida estrepitosa burla,
de crueldad casi humana,
hieren mi corazón, lo hieren tanto
que anheloso y de prisa me levando
a mirar si está sola la sabana.

Del camino a la vera
fingen los alienados matorrales
muda legión de sombras espectrales
en momentos de espera.

Alada flor de broche diamantino,
errante flor de fúlgida hermosura,
flor de luz, el cocuyo peregrino
irradia la espesura.

Y naufrago en la noche sin ribera,
mi espíritu se abstrae
pensando que de un mar desconocido
el llano es una ola que ha caído;
el cielo es una ola que no cae.

  
                        IX

¡A meditar no acude cual solía
dulce melancolía
en la tumba del sol! Es la tristeza
la que doliente se arrodilla y reza
cuando, para dormir, desmaya el día.

Ya las noches no son como eran ellas
propicias al amor. El cielo oscuro
a las almas no atrae. ¡Grietado muro,
por él se asoman pávidas estrellas!

Ya no brilla inclinada hacia el Oriente
la hermosa Cruz del Sur. Barre las hojas
la ráfaga bravía,
y siguiendo la negra lejanía,
serpean ligeras llamaradas rojas.


                        X

¡Es tiempo de que vuelvas!... ¡Sin mancilla
te aguarda el viejo amor! Viva te espera
del culto del hogar la fe sencilla.
¡Se fue la primavera!
Ruge amenazador trueno lejano
y de soles nublados, agorero,
la cenicienta garza del verano
tañe, al pasar su canto plañidero.

 

ANDRÉS  BELLO

Silva a la Agricultura de la Zona Tórrida

¡Salve, fecunda zona,  
que al sol enamorado circunscribes
el vago curso, y cuanto ser se anima
en cada vario clima,
acariciada de su luz, concibes!
Tú tejes al verano su guirnalda
de granadas espigas; tú la uva
das a la hirviente cuba;
no de purpúrea fruta, o roja, o gualda,
a tus florestas bellas
falta matiz alguno; y bebe en ellas
aromas mil el viento;
y greyes van sin cuento
paciendo tu verdura, desde el llano
que tiene por lindero el horizonte,
hasta el erguido monte,
de inaccesible nieve siempre cano.
Tú das la caña hermosa,
de do la miel se acendra,
por quien desdeña el mundo los panales;
tú en urnas de coral cuajas la almendra
que en la espumante jícara rebosa;
bulle carmín viviente en tus nopales,
que afrenta fuera al múrice de Tiro;
y de tu añil la tinta generosa
émula es de la lumbre del zafiro.
El vino es tuyo, que la herida agave
para los hijos vierte
del Anahuac feliz; y la hoja es tuya,
que, cuando de süave
humo en espiras vagorosas huya,
solazará el fastidio al ocio inerte.
Tú vistes de jazmines
el arbusto sabeo ,
y el perfume le das, que en los festines
la fiebre insana templará a Lico.
Para tus hijos la procera palma
su vario feudo cría,
y el ananás sazona su ambrosía;
su blanco pan la yuca ;
sus rubias pomas la patata educa;
y el algodón despliega al aura leve
las rosas de oro y el vellón de nieve.
Tendida para ti la fresca parcha
en enramadas de verdor lozano,
cuelga de sus sarmientos trepadores
nectáreos globos y franjadas flores;

y para ti el maíz, jefe altanero
de la espigada tribu, hincha su grano;

y para ti el banano
desmaya al peso de su dulce carga;
el banano, primero
de cuantos concedió bellos presentes
Providencia a las gentes
del ecuador feliz con mano larga.
No ya de humanas artes obligado
el premio rinde opimo;
no es a la podadera, no al arado
deudor de su racimo;
escasa industria bástale, cual puede
hurtar a sus fatigas mano esclava;
crece veloz, y cuando exhausto acaba,
adulta prole en torno le sucede.
Mas ¡oh! ¡si cual no cede
el tuyo, fértil zona, a suelo alguno,
y como de natura esmero ha sido,
de tu indolente habitador lo fuera!
¡Oh! ¡si al falaz rüido,
la dicha al fin supiese verdadera
anteponer, que del umbral le llama
del labrador sencillo,
lejos del necio y vano
fasto, el mentido brillo,
el ocio pestilente ciudadano!
¿Por qué ilusión funesta
aquellos que fortuna hizo señores
de tan dichosa tierra y pingüe y varia,
el cuidado abandonan
y a la fe mercenaria
las patrias heredades,
y en el ciego tumulto se aprisionan
de míseras ciudades,
do la ambición proterva
sopla la llama de civiles bandos,
o al patriotismo la desidia enerva;
do el lujo las costumbres atosiga,
y combaten los vicios
la incauta edad en poderosa liga?
No allí con varoniles ejercicios
se endurece el mancebo a la fatiga;
mas la salud estraga en el abrazo
de pérfida hermosura,
que pone en almoneda los favores;
mas pasatiempo estima
prender aleve en casto seno el fuego
de ilícitos amores;
o embebecido le hallará la aurora
en mesa infame de ruinoso juego.
En tanto a la lisonja seductora
del asiduo amador fácil oído
da la consorte; crece
en la materna escuela
de la disipación y el galanteo
la tierna virgen, y al delito espuela
es antes el ejemplo que el deseo.
¿Y será que se formen de ese modo
los ánimos heroicos denodados
que fundan y sustentan los estados?
¿De la algazara del festín beodo,
o de los coros de liviana danza,
la dura juventud saldrá, modesta,
orgullo de la patria, y esperanza?
¿Sabrá con firme pulso
de la severa ley regir el freno;
brillar en torno aceros homicidas
en la dudosa lid verá sereno;
o animoso hará frente al genio altivo
del engreído mando en la tribuna,
aquel que ya en la cuna
durmió al arrullo del cantar lascivo,
que riza el pelo, y se unge, y se atavía
con femenil esmero,
y en indolente ociosidad el día,
o en criminal lujuria pasa entero?
No así trató la triunfadora Roma
las artes de la paz y de la guerra;
antes fió las riendas del estado
a la mano robusta
que tostó el sol y encalleció el arado;
y bajo el techo humoso campesino
los hijos educó, que el conjurado
mundo allanaron al valor latino.
¡Oh! ¡los que afortunados poseedores
habéis nacido de la tierra hermosa,
en que reseña hacer de sus favores,
como para ganaros y atraeros,
quiso Naturaleza bondadosa!
romped el duro encanto
que os tiene entre murallas prisioneros.
El vulgo de las artes laborioso,
el mercader que necesario al lujo
al lujo necesita,
los que anhelando van tras el señuelo
del alto cargo y del honor ruidoso,
la grey de aduladores parasita,
gustosos pueblen ese infecto caos;
el campo es vuestra herencia; en él gozaos.

¿Amáis la libertad? El campo habita,
o allá donde el magnate
entre armados satélites se mueve,
y de la moda, universal señora,
va la razón al triunfal carro atada,
y a la fortuna la insensata plebe,
y el noble al aura popular adora.
¿O la virtud amáis? ¡Ah, que el retiro,
la solitaria calma
en que, juez de sí misma, pasa el alma
a las acciones muestra,
es de la vida la mejor maestra!
¿Buscáis durables goces,
felicidad, cuanta es al hombre dada
y a su terreno asiento, en que vecina
está la risa al llanto, y siempre, ¡ah! siempre
donde halaga la flor, punza la espina?
Id a gozar la suerte campesina;
la regalada paz, que ni rencores
al labrador, ni envidias acibaran;
la cama que mullida le preparan
el contento, el trabajo, el aire puro;
y el sabor de los fáciles manjares,
que dispendiosa gula no le aceda;
y el asilo seguro
de sus patrios hogares
que a la salud y al regocijo hospeda.
El aura respirad de la montaña,
que vuelve al cuerpo laso
el perdido vigor, que a la enojosa
vejez retarda el paso,
y el rostro a la beldad tiñe de rosa.
¿Es allí menos blanda por ventura
de amor la llama, que templó el recato?
¿O menos aficiona la hermosura
que de extranjero ornato
y afeites impostores no se cura?
¿O el corazón escucha indiferente
el lenguaje inocente
que los afectos sin disfraz expresa,
y a la intención ajusta la promesa?
No del espejo al importuno ensayo
la risa se compone, el paso, el gesto;
ni falta allí carmín al rostro honesto
que la modestia y la salud colora,
ni la mirada que lanzó al soslayo
tímido amor, la senda al alma ignora.
¿Esperaréis que forme
más venturosos lazos himeneo,
do el interés barata,
tirano del deseo,
ajena mano y fe por nombre o plata,
que do conforme gusto, edad conforme,
y elección libre, y mutuo ardor los ata?
Allí también deberes
hay que llenar: cerrad, cerrad las hondas
heridas de la guerra; el fértil suelo,
áspero ahora y bravo,
al desacostumbrado yugo torne
del arte humana, y le tribute esclavo.
Del obstrüido estanque y del molino
recuerden ya las aguas el camino;
el intrincado bosque el hacha rompa,
consuma el fuego; abrid en luengas calles
la oscuridad de su infructuosa pompa.
Abrigo den los valles
a la sedienta caña;
la manzana y la pera
en la fresca montaña
el cielo olviden de su madre España;
adorne la ladera
el cafetal; ampare
a la tierna teobroma en la ribera
la sombra maternal de su bucare ;
aquí el vergel, allá la huerta ría...
¿Es ciego error de ilusa fantasía?
Ya dócil a tu voz, agricultura,
nodriza de las gentes, la caterva
servil armada va de corvas hoces.
Mírola ya que invade la espesura
de la floresta opaca; oigo las voces,
siento el rumor confuso; el hierro suena,
los golpes el lejano
eco redobla; gime el ceibo anciano,
que a numerosa tropa
largo tiempo fatiga;
batido de cien hachas, se estremece,
estalla al fin, y rinde el ancha copa.
Huyó la fiera; deja el caro nido,
deja la prole implume
el ave, y otro bosque no sabido
de los humanos va a buscar doliente...
¿Qué miro? Alto torrente
de sonorosa llama
corre, y sobre las áridas rüinas
de la postrada selva se derrama.
El raudo incendio a gran distancia brama,

y el humo en negro remolino sube,
aglomerando nube sobre nube.
Ya de lo que antes era
verdor hermoso y fresca lozanía,
sólo difuntos troncos,
sólo cenizas quedan; monumento
de la lucha mortal, burla del viento.
Mas al vulgo bravío
de las tupidas plantas montaraces,
sucede ya el fructífero plantío
en muestra ufana de ordenadas haces.
Ya ramo a ramo alcanza,
y a los rollizos tallos hurta el día;
ya la primera flor desvuelve el seno,
bello a la vista, alegre a la esperanza;
a la esperanza, que riendo enjuga.
del fatigado agricultor la frente,
y allá a lo lejos el opimo fruto,
y la cosecha apañadora pinta,
que lleva de los campos el tributo,
colmado el cesto, y con la falda en cinta,
y bajo el peso de los largos bienes
con que al colono acude,
hace crujir los vastos almacenes.
¡Buen Dios! no en vano sude,
mas a merced y a compasión te mueva
la gente agricultora
del ecuador, que del desmayo triste
con renovado aliento vuelve ahora,
y tras tanta zozobra, ansia, tumulto,
tantos años de fiera
devastación y militar insulto,
aún más que tu clemencia antigua implora.
Su rústica piedad, pero sincera,
halle a tus ojos gracia; no el risueño
porvenir que las penas le aligera,
cual de dorado sueño
visión falaz, desvanecido llore;
intempestiva lluvia no maltrate
el delicado embrión; el diente impío
de insecto roedor no lo devore;
sañudo vendaval no lo arrebate,
ni agote al árbol el materno jugo
la calorosa sed de largo estío.
Y pues al fin te plugo,
árbitro de la suerte soberano,
que, suelto el cuello de extranjero yugo,
erguiese al cielo el hombre americano,
bendecida de ti se arraigue y medre
su libertad; en el más hondo encierra
de los abismos la malvada guerra,
y el miedo de la espada asoladora
al suspicaz cultivador no arredre
del arte bienhechora,
que las familias nutre y los estados;
la azorada inquietud deje las almas,
deje la triste herrumbre los arados.
Asaz de nuestros padres malhadados
expiamos la bárbara conquista.
¿Cuántas doquier la vista
no asombran erizadas soledades,
do cultos campos fueron, do ciudades?
De muertes, proscripciones,
suplicios, orfandades,
¿quién contará la pavorosa suma?
Saciadas duermen ya de sangre ibera
las sombras de Atahualpa y Moctezuma.
¡Ah! desde el alto asiento,
en que escabel te son alados coros
que velan en pasmado acatamiento
la faz ante la lumbre de tu frente,
(si merece por dicha una mirada
tuya la sin ventura humana gente),
el ángel nos envía,
el ángel de la paz, que al crudo ibero
haga olvidar la antigua tiranía,
y acatar reverente el que a los hombres
sagrado diste, imprescriptible fuero;
que alargar le haga al injuriado hermano,
(¡ensangrentó la asaz!) la diestra inerme;
y si la innata mansedumbre duerme,
la despierte en el pecho americano.
El corazón lozano
que una feliz oscuridad desdeña,
que en el azar sangriento del combate

alborozado late,
y codicioso de poder o fama,
nobles peligros ama;
baldón estime sólo y vituperio
el prez que de la patria no reciba,
la libertad más dulce que el imperio,
y más hermosa que el laurel la oliva.
Ciudadano el soldado,
deponga de la guerra la librea;
el ramo de victoria
colgado al ara de la patria sea,
y sola adorne al mérito la gloria.
De su trïunfo entonces, Patria mía,
verá la paz el suspirado día;
la paz, a cuya vista el mundo llena
alma, serenidad y regocijo;
vuelve alentado el hombre a la faena,
alza el ancla la nave, a las amigas
auras encomendándose animosa,
enjámbrase el taller, hierve el cortijo,
y no basta la hoz a las espigas.
¡Oh jóvenes naciones, que ceñida
alzáis sobre el atónito occidente
de tempranos laureles la cabeza!
honrad el campo, honrad la simple vida
del labrador, y su frugal llaneza.
Así tendrán en vos perpetuamente
la libertad morada,
y freno la ambición, y la ley templo.
Las gentes a la senda
de la inmortalidad, ardua y fragosa,
se animarán, citando vuestro ejemplo.
Lo emulará celosa
vuestra posteridad; y nuevos nombres
añadiendo la fama
a los que ahora aclama,
«hijos son éstos, hijos,
(pregonará a los hombres)
de los que vencedores superaron
de los Andes la cima;
de los que en Boyacá, los que en la arena
de Maipo, y en Junín, y en la campaña
gloriosa de Apurima,
postrar supieron al león de España».

Alocución a la Poesía

Divina Poesía
 tú de la soledad habitadora,
 a consultar tus cantos enseñada
 con el silencio de la selva umbría,
 tú a quien la verde gruta fue morada,
 y el eco de los montes compañía;
tiempo es que dejes ya la culta Europa,
 que tu nativa rustiquez desama,
y dirijas el vuelo adonde te abre
el mundo de Colón su grande escena.
También propicio allí respeta el cielo
 la siempre verde rama
 con que al valor coronas;
 también allí la florecida vega,
 el bosque enmarañado, el sesgo río,
 colores mil a tus pinceles brindan;
 y Céfiro revuela entre las rosas;
 y fúlgidas estrellas
 tachonan la carroza de la noche;
 y el rey del cielo entre cortinas bellas
 de nacaradas nubes se levanta;
 y la avecilla en no aprendidos tonos
 con dulce pico endechas de amor canta.

 ¿Qué a ti, silvestre ninfa, con las pompas
 de dorados alcázares reales?
 ¿A tributar también irás en ellos,
 en medio de la turba cortesana,
 el torpe incienso de servil lisonja?
 No tal te vieron tus más bellos días,
 cuando en la infancia de la gente humana,
 maestra de los pueblos y los reyes,
 cantaste al mundo las primeras leyes.
 No te detenga, oh diosa,
 esta región de luz y de miseria,
 en donde tu ambiciosa
 rival Filosofía,
 que la virtud a cálculo somete,
 de los mortales te ha usurpado el culto;
 donde la coronada hidra amenaza
 traer de nuevo al pensamiento esclavo
 la antigua noche de barbarie y crimen;
 donde la libertad vano delirio,
 fe la servilidad, grandeza el fasto,
 la corrupción cultura se apellida.
 Descuelga de la encina carcomida
 tu dulce lira de oro, con que un tiempo
 los prados y las flores, el susurro
 de la floresta opaca, el apacible
 murmurar del arroyo trasparente,
 las gracias atractivas
 de Natura inocente,
 a los hombres cantaste embelesados;
 y sobre el vasto Atlántico tendiendo
 las vagorosas alas, a otro cielo,
 a otro mundo, a otras gentes te encamina,
 do viste aún su primitivo traje
 la tierra, al hombre sometida apenas;
 y las riquezas de los climas todos
 América, del Sol joven esposa,
 del antiguo Oceano hija postrera,
 en su seno feraz cría y esmera.

 ¿Qué morada te aguarda? ¿qué alta cumbre,
 qué prado ameno, qué repuesto bosque
 harás tu domicilio? ¿en qué felice
 playa estampada tu sandalia de oro
 será primero? ¿dónde el claro río
 que de Albión los héroes vio humillados,
 los azules pendones reverbera
 de Buenos Aires, y orgulloso arrastra
 de cien potentes aguas los tributos
 al atónito mar? ¿o dónde emboza
 su doble cima el Ávila entre nubes,
y la ciudad renace de Losada?
 ¿O más te sonreirán, Musa, los valles
 de Chile afortunado, que enriquecen
 rubias cosechas, y süaves frutos;
 do la inocencia y el candor ingenuo
 y la hospitalidad del mundo antiguo
 con el valor y el patriotismo habitan?
 ¿O la ciudad que el águila posada
sobre el nopal mostró al azteca errante,
 y el suelo de inexhaustas venas rico,
 que casi hartaron la avarienta Europa?
 Ya de la mar del Sur la bella reina,
 a cuyas hijas dio la gracia en dote
 Naturaleza, habitación te brinda
 bajo su blando cielo, que no turban
 lluvias jamás, ni embravecidos vientos.
¿O la elevada Quito
 harás tu albergue, que entre canas cumbres
 sentada, oye bramar las tempestades
bajo sus pies, y etéreas auras bebe
a tu celeste inspiración propicias?
 Mas oye do tronando se abre paso
entre murallas de peinada roca,
 y envuelto en blanca nube de vapores,
de vacilantes iris matizada,
 los valles va a buscar del Magdalena
 con salto audaz el Bogotá espumoso.
Allí memorias de tempranos días
 tu lira aguardan; cuando, en ocio dulce
 y nativa inocencia venturosos,
 sustento fácil dio a sus moradores,
 primera prole de su fértil seno,
 Cundinamarca; antes que el corvo arado
 violase el suelo, ni extranjera nave
las apartadas costas visitara.
Aún no aguzado la ambición había
el hierro atroz; aún no degenerado
buscaba el hombre bajo oscuros techos
el albergue, que grutas y florestas
 saludable le daban y seguro,
 sin que señor la tierra conociese,
 los campos valla, ni los pueblos muro.
 La libertad sin leyes florecía,
 todo era paz, contento y alegría;
 cuando de dichas tantas envidiosa
 Huitaca bella, de las aguas diosa,
 hinchando el Bogotá, sumerge el valle.
 De la gente infeliz parte pequeña
 asilo halló en los montes;
 el abismo voraz sepulta el resto.
 Tú cantarás cómo indignó el funesto
estrago de su casi extinta raza
 a Nenqueteba, hijo del Sol; que rompe
 con su cetro divino la enriscada
 montaña, y a las ondas abre calle;
 el Bogotá, que inmenso lago un día
de cumbre a cumbre dilató su imperio,
 de las ya estrechas márgenes, que asalta
con vana furia, la prisión desdeña,
 y por la brecha hirviendo se despeña.
Tú cantarás cómo a las nuevas gentes
Nenqueteba piadoso leyes y artes
y culto dio; después que a la maligna
ninfa mudó en lumbrera de la noche,
 y de la luna por la vez primera
 surcó el Olimpo el argentado coche.

 Ve, pues, ve a celebrar las maravillas
del ecuador: canta el vistoso cielo
 que de los astros todos los hermosos
 coros alegran; donde a un tiempo el vasto
Dragón del norte su dorada espira
 desvuelve en torno al luminar inmóvil
 que el rumbo al marinero audaz señala,
 y la paloma cándida de Arauco
 en las australes ondas moja el ala.
 Si tus colores los más ricos mueles
 y tomas el mejor de tus pinceles,
 podrás los climas retratar, que entero
 el vigor guardan genital primero
 con que la voz omnipotente, oída
 del hondo caos, hinchió la tierra, apenas
 sobre su informe faz aparecida,
 y de verdura la cubrió y de vida.
 Selvas eternas, ¿quién al vulgo inmenso
 que vuestros verdes laberintos puebla,
 y en varias formas y estatura y galas
 hacer parece alarde de sí mismo,
 poner presumirá nombre o guarismo?
 En densa muchedumbre
 ceibas, acacias, mirtos se entretejen,
 bejucos, vides, gramas;
 las ramas a las ramas,
 pugnando por gozar de las felices
 auras y de la luz, perpetua guerra
 hacen, y a las raíces
 angosto viene el seno de la tierra.

 ¡Oh quién contigo, amable Poesía,
 del Cauca a las orillas me llevara,
 y el blando aliento respirar me diera
 de la siempre lozana primavera
 que allí su reino estableció y su corte!
 ¡Oh si ya de cuidados enojosos
 exento, por las márgenes amenas
 del Aragua moviese
 el tardo incierto paso;
 o reclinado acaso
 bajo una fresca palma en la llanura,
 viese arder en la bóveda azulada
 tus cuatro lumbres bellas,
 oh Cruz del Sur, que las nocturnas horas
 mides al caminante
 por la espaciosa soledad errante;
 o del cucuy las luminosas huellas
 viese cortar el aire tenebroso,
 y del lejano tambo a mis oídos
 viniera el son del yaraví amoroso!

 Tiempo vendrá cuando de ti inspirado
 algún Marón americano, ¡oh diosa!
 también las mieses, los rebaños cante,
 el rico suelo al hombre avasallado,
 y las dádivas mil con que la zona
 de Febo amada al labrador corona;
 donde cándida miel llevan las cañas,
 y animado carmín la tuna cría,
 donde tremola el algodón su nieve,
 y el ananás sazona su ambrosía;
 de sus racimos la variada copia
 rinde el palmar, da azucarados globos
 el zapotillo, su manteca ofrece
 la verde palta, da el añil su tinta,
 bajo su dulce carga desfallece
 el banano, el café el aroma acendra
 de sus albos jazmines, y el cacao
 cuaja en urnas de púrpura su almendra.

 ...........................

 Mas ¡ah! ¿prefieres de la guerra impía
 los horrores decir, y al son del parche
 que los maternos pechos estremece,
 pintar las huestes que furiosas corren
 a destrucción, y el suelo hinchen de luto?
 ¡Oh si ofrecieses menos fértil tema
 a bélicos cantares, patria mía!
 ¿Qué ciudad, qué campiña no ha inundado
 la sangre de tus hijos y la ibera?
 ¿Qué páramo no dio en humanos miembros
 pasto al cóndor? ¿Qué rústicos hogares
 salvar su oscuridad pudo a las furias
 de la civil discordia embravecida?
 Pero no en Roma obró prodigio tanto
 el amor de la patria, no en la austera
 Esparta, no en Numancia generosa;
 ni de la historia da página alguna,
 Musa, más altos hechos a tu canto.
 ¿A qué provincia el premio de alabanza,
 o a qué varón tributarás primero?

 Grata celebra Chile el de Gamero,
 que, vencedor de cien sangrientas lides,
 muriendo, el suelo consagró de Talca;
 y la memoria eternizar desea
 de aquellos granaderos de a caballo
 que mandó en Chacabuco Necochea.
 ¿Pero de Maipo la campiña sola
 cuán larga lista, oh Musa, no te ofrece,
 para que en tus cantares se repita,
 de campeones cuya frente adorna
 el verde honor que nunca se marchita?
 Donde ganó tan claro nombre Bueras,
 que con sus caballeros denodados
 rompió del enemigo las hileras;
 y donde el regimiento de Coquimbo
 tantos héroes contó como soldados.
 ...........................

 ¿De Buenos Aires la gallarda gente
 no ves, que el premio del valor te pide?
 Castelli osado, que las fuerzas mide
 con aquel monstruo que la cara esconde
 sobre las nubes y a los hombres huella;
 Moreno, que abogó con digno acento
 de los opresos pueblos la querella;
 y tú que de Suipacha en las llanuras
 diste a tu causa agüero de venturas,
 Balcarce; y tú, Belgrano, y otros ciento
 que la tierra natal de glorias rica
 hicisteis con la espada o con la pluma,
 si el justo galardón se os adjudica,
 no temeréis que el tiempo le consuma.
 ...........................

 Ni sepultada quedará en olvido
 la Paz que tantos claros hijos llora,
 ni Santacruz, ni menos Chuquisaca,
 ni Cochabamba, que de patrio celo
 ejemplos memorables atesora,
 ni Potosí de minas no tan rico
 como de nobles pechos, ni Arequipa.
 que de Vizcardo con razón se alaba,
 ni a la que el Rímac las murallas lava,
 que de los reyes fue, ya de sí propia,
 ni la ciudad que dio a los Incas cuna,
 leyes al sur, y que si aún gime esclava,
 virtud no le faltó, sino fortuna.
 Pero la libertad, bajo los golpes
 que la ensangrientan, cada vez más brava,
 más indomable, nuevos cuellos yergue,
 que al despotismo harán soltar la clava.
 No largo tiempo usurpará el imperio
 del sol la hispana gente advenediza,
 ni al ver su trono en tanto vituperio
 de Manco Cápac gemirán los manes.
 De Angulo y Pumacagua la ceniza
 nuevos y más felices capitanes
 vengarán, y a los hados de su pueblo
 abrirán vencedores el camino.
 Huid, días de afán, días de luto,
 y acelerad los tiempos que adivino.
 ...........................

 Diosa de la memoria, himnos te pide
 el imperio también de Motezuma,
 que, rota la coyunda de Iturbide,
 entre los pueblos libres se numera.
 Mucho, nación bizarra mejicana,
 de tu poder y de tu ejemplo espera
 la libertad; ni su esperanza es vana,
 si ajeno riesgo escarmentarte sabe,
 y no en un mar te engolfas que sembrado
 de los fragmentos ves de tanta nave.
 Llegada al puerto venturoso, un día
 los héroes cantarás a que se debe
 del arresto primero la osadía;
 que a veteranas filas rostro hicieron
 con pobre, inculta, desarmada plebe,
 excepto de valor, de todo escasa;
 y el coloso de bronce sacudieron,
 a que tres siglos daban firme basa.
 Si a brazo más feliz, no más robusto,
 poderlo derrocar dieron los cielos,
 de Hidalgo, no por eso, y de Morelos
 eclipsará la gloria olvido ingrato,
 ni el nombre callarán de Guanajuato
 los claros fastos de tu heroica lucha,
 ni de tanta ciudad, que, reducida
 a triste yermo, a un enemigo infama
 que, vencedor, sus pactos sólo olvida;
 que hace exterminio, y sumisión lo llama.
 ...........................

 Despierte (oh Musa, tiempo es ya) despierte
 algún sublime ingenio, que levante
 el vuelo a tan espléndido sujeto,
 y que de Popayán los hechos cante
 y de la no inferior Barquisimeto,
 y del pueblo también, cuyos hogares
 a sus orillas mira el Manzanares;
 no el de ondas pobre y de verdura exhausto,
 que de la regia corte sufre el fausto,
 y de su servidumbre está orgulloso,
 mas el que de aguas bellas abundoso,
 como su gente lo es de bellas almas,
 del cielo, en su cristal sereno, pinta
 el puro azul, corriendo entre las palmas
 de esta y aquella deliciosa quinta;
 que de Angostura las proezas cante,
 de libertad inexpugnable asilo,
 donde la tempestad desoladora
 vino a estrellarse; y con süave estilo
 de Bogotá los timbres diga al mundo,
 de Guayaquil, de Maracaibo (ahora
 agobiada de bárbara cadena)
 y de cuantas provincias Cauca baña,
 Orinoco, Esmeralda, Magdalena,
 y cuantas bajo el nombre colombiano
 con fraternal unión se dan la mano.
 ...........................

Mira donde contrasta sin murallas
 mil porfiados ataques Barcelona.
 Es un convento el último refugio
 de la arrestada, aunque pequeña, tropa
 que la defiende; en torno el enemigo,
 cuantos conoce el fiero Marte, acopia
 medios de destrucción; ya por cien partes
 cede al batir de las tonantes bocas
 el débil muro, y superior en armas
 a cada brecha una legión se agolpa.
 Cuanto el valor y el patriotismo pueden,
 el patriotismo y el valor agotan;
 mas ¡ay! sin fruto. Tú de aquella escena
 pintarás el horror, tú que a las sombras
 belleza das, y al cuadro de la muerte
 sabes encadenar la mente absorta.
 Tú pintarás al vencedor furioso
 que ni al anciano trémulo perdona,
 ni a la inocente edad, y en el regazo
 de la insultada madre al hijo inmola.
 Pocos reserva a vil suplicio el hierro;
 su rabia insana en los demás desfoga
 un enemigo que hacer siempre supo,
 más que la lid, sangrienta la victoria.
 Tú pintarás de Chamberlén el triste
 pero glorioso fin. La tierna esposa
 herido va a buscar; el débil cuerpo
 sobre el acero ensangrentado apoya;
 estréchala a su seno. «Libertarme
 de un cadalso afrentoso puede sola
 la muerte (dice); este postrero abrazo
 me la hará dulce; ¡adiós!» Cuando con pronta
 herida va a matarse, ella, atajando
 el brazo, alzado ya, «¿tú a la deshonra,
 tú a ignominiosa servidumbre, a insultos
 más que la muerte horribles, me abandonas?
 Para sufrir la afrenta, falta (dice)
 valor en mí; para imitarte, sobra.
 Muramos ambos». Hieren
 a un tiempo dos aceros
 entrambos pechos; abrazados mueren.

 ...........................

 Pero ¿al de Margarita qué otro nombre
 deslucirá? ¿donde hasta el sexo blando
 con los varones las fatigas duras
 y los peligros de la guerra parte;
 donde a los defensores de la patria
 forzoso fue, para lidiar, las armas
 al enemigo arrebatar lidiando;
 donde el caudillo, a quien armó Fernando
 de su poder y de sus fuerzas todas
 para que de venganzas le saciara,
 al inexperto campesino vulgo
 que sus falanges denodado acosa,
 el campo deja en fuga ignominiosa?

 ...........................

 Ni menor prez los tiempos venideros
 a la virtud darán de Cartagena.
 No la domó el valor; no al hambre cede,
 que sus guerreros ciento a ciento siega.
 Nadie a partidos viles presta oídos;
 cuantos un resto de vigor conservan,
 lánzanse al mar, y la enemiga flota
 en mal seguros leños atraviesan.
 Mas no el destierro su constancia abate,
 ni a la desgracia la cerviz doblegan;
 y si una orilla dejan, que profana
 la usurpación, y las venganzas yerman,
 ya a verla volverán bajo estandartes
 que a coronar el patriotismo fuerzan
 a la fortuna, y les darán los cielos
 a indignas manos arrancar la presa.
 En tanto, por las calles silenciosas,
 acaudillando armada soldadesca,
 entre infectos cadáveres, y vivos
 en que la estampa de la Parca impresa
 se mira ya, su abominable triunfo
 la restaurada inquisición pasea;
 con sacrílegos himnos los altares
 haciendo resonar, a su honda cueva
desciende enhambrecida, y en las ansias
de atormentados mártires se ceba.

 ...........................

 ¿Y qué diré de la ciudad que ha dado
 a la sagrada lid tanto caudillo?
 ¡Ah que entre escombros olvidar pareces,
 turbio Catuche, tu camino usado!
 ¿Por qué en tu margen el rumor festivo
 calló? ¿Dó está la torre bulliciosa
 que pregonar solía,
 de antorchas coronada,
 la pompa augusta del solemne día?
 Entre las rotas cúpulas que oyeron
 sacros ritos ayer, torpes reptiles
 anidan, y en la sala que gozosos
 banquetes vio y amores, hoy sacude
 la grama del erial su infausta espiga.
 Pero más bella y grande resplandeces
 en tu desolación, ¡oh patria de héroes!
 tú que, lidiando altiva en la vanguardia
 de la familia de Colón, la diste
 de fe constante no excedido ejemplo;
 y si en tu suelo desgarrado al choque
 de destructivos terremotos, pudo
 tremolarse algún tiempo la bandera
 de los tiranos, en tus nobles hijos
 viviste inexpugnable, de los hombres
 y de los elementos vencedora.
 Renacerás, renacerás ahora;
 florecerán la paz y la abundancia
 en tus talados campos; las divinas
 Musas te harán favorecida estancia,
 y cubrirán de rosas tus rüinas.

 ...........................

 ¡Colombia! ¿qué montaña, qué ribera,
 qué playa inhospital, donde antes sólo
 por el furor se vio de la pantera
 o del caimán el suelo en sangre tinto;
 cuál selva tan oscura, en tu recinto,
 cuál queda ya tan solitaria cima,
 que horror no ponga y grima,
 de humanas osamentas hoy sembrada,
 feo padrón del sanguinario instinto
 que también contra el hombre al hombre anima?
 Tu libertad ¡cuán caro
 compraste! ¡cuánta tierra devastada!
 ¡cuánta familia en triste desamparo!
 Mas el bien adquirido al precio excede.
 ¿Y cuánto nombre claro
 no das también al templo de memoria?

 Con los de Codro y Curcio el de Ricaurte
 vivirá, mientras hagan el humano
 pecho latir la libertad, la gloria.
 Viole en sangrientas lides el Aragua
 dar a su patria lustre, a España miedo;
 el despotismo sus falanges dobla,
 y aun no sucumbe al número el denuedo.
 A sorprender se acerca una columna
 el almacén que con Ricaurte guarda
 escasa tropa; él, dando de los suyos
 a la salud lo que a la propia niega,
 aléjalos de sí; con ledo rostro
 su intento oculta. Y ya de espeso polvo
 se cubre el aire, y cerca se oye el trueno
 del hueco bronce, entre dolientes ayes
 de inerme vulgo, que a los golpes cae
 del vencedor; mas no, no impunemente:
 Ricaurte aguarda de una antorcha armado.
 Y cuando el puesto que defiende mira
 de la contraria hueste rodeado,
 que, ebria de sangre, a fácil presa avanza;
 cuando el punto fatal, no a la venganza,
 (que indigna juzga), al alto sacrificio
 con que llenar el cargo honroso anhela,
 llegado ve, ¡Viva la Patria! clama;
 la antorcha aplica; el edificio vuela.

 Ni tú de Ribas callarás la fama,
 a quien vio victorioso Niquitao,
 Horcones, Ocumare, Vigirima,
 y, dejando otros nombres, que no menos
 dignos de loa Venezuela estima,
 Urica, que ilustrarle pudo sola,
 donde de heroica lanza atravesado
 mordió la tierra el sanguinario Boves,
 monstruo de atrocidad más que española.
 ¿Qué, si de Ribas a los altos hechos
 dio la fortuna injusto premio al cabo?
 ¿Qué, si cautivo el español le insulta?
 ¿Si perecer en el suplicio le hace
 a vista de los suyos? ¿si su yerta
 cabeza expone en afrentoso palo?
 Dispensa a su placer la tiranía
 la muerte, no la gloria, que acompaña
 al héroe de la patria en sus cadenas,
 y su cadalso en luz divina baña.

 Así expiró también, de honor cubierto,
 entre víctimas mil, Baraya, a manos
de tus viles satélites, Morillo;
ni el duro fallo a mitigar fue parte
de la mísera hermana el desamparo,
 que, lutos arrastrando, acompañada
 de cien matronas, tu clemencia implora.
 «Muera (respondes) el traidor Baraya,
 y que a destierro su familia vaya».
 Baraya muere, mas su ejemplo vive.
 ¿Piensas que apagarás con sangre el fuego
 de libertad en tantas almas grandes?
 Del Cotopaxi ve a extinguir la hoguera
 que ceban las entrañas de los Andes.
 Mira correr la sangre de Rovira,
 a quien lamentan Mérida y Pamplona;
 y la de Freites derramada mira,
 el constante adalid de Barcelona;
 Ortiz, García de Toledo expira;
 Granados, Amador, Castillo muere;
 yace Cabal, de Popayán llorado,
 llorado de las ciencias; fiera bala
 el pecho de Camilo Torres hiere;
 Gutiérrez el postrero aliento exhala;
 perece Pombo, que, en el banco infausto,
 el porvenir glorioso de su patria
 con profético acento te revela;
 no la íntegra virtud salva a Torices;
 no la modestia, no el ingenio a Caldas.
 De luto está cubierta Venezuela,
 Cundinamarca desolada gime,
 Quito sus hijos más ilustres llora.
 Pero ¿cuál es de tu crueldad el fruto?
 ¿A Colombia otra vez Fernando oprime?
 ¿Méjico a su visir postrada adora?
 ¿El antiguo tributo
 de un hemisferio esclavo a España llevas?
 ¿Puebla la inquisición sus calabozos
 de americanos; o españolas cortes
 dan a la servidumbre formas nuevas?
 ¿De la sustancia de cien pueblos, graves
 la avara Cádiz ve volver sus naves?
 Colombia vence; libertad los vanos
 cálculos de los déspotas engaña;
 y fecundos tus triunfos inhumanos,
 mas que a ti de oro, son de oprobio a España.
 Pudo a un Cortés, pudo a un Pizarro el mundo
 la sangre perdonar que derramaron;
 imperios con la espada conquistaron;
 mas a ti ni aun la vana, la ilusoria
 sombra, que llama gloria
 el vulgo adorador de la fortuna,
 adorna; aquella efímera victoria
 que de inermes provincias te hizo dueño,
 como la aérea fábrica de un sueño
 desvaneciose, y nada deja, nada
 a tu nación, excepto la vergüenza
 de los delitos con que fue comprada.
 Quien te pone con Alba en paralelo,
 ¡oh cuánto yerra! En sangre bañó el suelo
 de Batavia el ministro de Felipe;
 pero si fue crüel y sanguinario,
 bajo no fue; no acomodando al vario
 semblante de los tiempos su semblante,
 ya desertor del uno,
 ya del otro partido,
 sólo el de su interés siguió constante;
 no alternativamente
 fue soldado feroz, patriota falso;
 no dio a la inquisición su espada un día,
 y por la libertad lidió el siguiente;
 ni traficante infame del cadalso,
 hizo de los indultos granjería.

 Musa, cuando las artes españolas
 a los futuros tiempos recordares,
 víctimas inmoladas a millares;
 pueblos en soledades convertidos;
 la hospitalaria mesa, los altares
 con sangre fraternal enrojecidos;
 de exánimes cabezas decoradas
 las plazas; aun las tumbas ultrajadas;
 doquiera que se envainan las espadas,
 entronizado el tribunal de espanto,
 que llama a cuentas el silencio, el llanto,
 y el pensamiento a su presencia cita,
 que premia al delator con la sustancia
 de la familia mísera proscrita,
 y a pesó de oro, en nombre de Fernando,
 vende el permiso de vivir temblando;
 puede ser que parezcan tus verdades
 delirios de estragada fantasía
 que se deleita en figurar horrores;
 mas ¡oh de Quito ensangrentadas paces!
 ¡oh de Valencia abominable jura!
 ¿será jamás que lleguen tus colores,
 oh Musa, a realidad tan espantosa?
 A la hostia consagrada, en religiosa
 solemnidad expuesta, hace testigo
 del alevoso pacto el jefe ibero;
 y entre devotas preces, que dirige
 al cielo, autor de la concordia, el clero,
 en nombre del presente Dios, en nombre
 de su monarca y de su honor, a vista
 de entrambos bandos y del pueblo entero,
 a los que tiene puestos ya en la lista
 de proscripción, fraternidad promete.
 Celébrase en espléndido banquete
 la paz; los brindis con risueña cara
 recibe... y ya en silencio se prepara
 el desenlace de este drama infando;
 el mismo sol que vio jurar las paces,
 Colombia, a tus patriotas vio expirando.

A ti también, Javier Ustáriz, cupo
mísero fin; atravesado fuiste
de hierro atroz a vista de tu esposa
que con su llanto enternecer no pudo
 a tu verdugo, de piedad desnudo;
 en la tuya y la sangre de sus hijos
 a un tiempo la infeliz se vio bañada.
 ¡Oh Maturín! ¡oh lúgubre jornada!
 ¡Oh día de aflicción a Venezuela,
 que aún hoy, de tanta pérdida preciosa,
 apenas con sus glorias se consuela!
 Tú en tanto en la morada de los justos
 sin duda el premio, amable Ustáriz, gozas
 debido a tus fatigas, a tu celo
 de bajos intereses desprendido;
 alma incontaminada, noble, pura,
 de elevados espíritus modelo,
 aun en la edad oscura
 en que el premio de honor se dispensaba
 sólo al que a precio vil su honor vendía,
 y en que el rubor de la virtud, altivo
 desdén y rebelión se interpretaba.
 La música, la dulce poesía
 ¿son tu delicia ahora, como un día?
 ¿O a más altos objetos das la mente,
 y con los héroes, con las almas bellas
 de la pasada edad y la presente,
 conversas, y el gran libro desarrollas
 de los destinos del linaje humano,
 y los futuros casos de la grande
 lucha de libertad, que empieza, lees,
 y su triunfo universal lejano?
 De mártires que dieron por la patria
 la vida, el santo coro te rodea:
 Régulo, Trásea, Marco Bruto, Decio,
 cuantos inmortaliza Atenas libre,
 cuantos Esparta y el romano Tibre;
 los que el bátavo suelo y el helvecio
 muriendo consagraron, y el britano;
 Padilla, honor del nombre castellano;
 Caupolicán y Guacaipuro, altivo,
 y España osado; con risueña frente
 Guatimozín te muestra el lecho ardiente;
 muéstrate Gual la copa del veneno;
 Luisa el crüento azote;
 y tú, en el blanco seno,
 las rojas muestras de homicidas balas,
 heroica Policarpa, le señalas,
 tú que viste expirar al caro amante
 con firme pecho, y por ajenas vidas
 diste la tuya, en el albor temprano
 de juventud, a un bárbaro tirano.

 ¡Miranda! de tu nombre se gloria
 también Colombia; defensor constante
 de sus derechos; de las santas leyes,
 de la severa disciplina amante.
 Con reverencia ofrezco a tu ceniza
 este humilde tributo, y la sagrada
 rama a tu efigie venerable ciño,
 patriota ilustre, que, proscrito, errante,
 no olvidaste el cariño
 del dulce hogar, que vio mecer tu cuna;
 y ora blanco a las iras de fortuna,
 ora de sus favores halagado,
 la libertad americana hiciste
 tu primer voto, y tu primer cuidado.
 Osaste, solo, declarar la guerra
 a los tiranos de tu tierra amada;
 y desde las orillas de Inglaterra,
 diste aliento al clarín, que el largo sueño
 disipó de la América, arrullada
 por la superstición. Al noble empeño
 de sus patricios, no faltó tu espada
 y si, de contratiempos asaltado
 que a humanos medios resistir no es dado,
 te fue el ceder forzoso, y en cadena
 a manos perecer de una perfidia,
 tu espíritu no ha muerto, no; resuena,
 resuena aún el eco de aquel grito
 con que a lidiar llamaste; la gran lidia
 de que desarrollaste el estandarte,
 triunfa ya, y en su triunfo tienes parte.

 Tu nombre, Girardot, también la fama
 hará sonar con inmortales cantos,
 que del Santo Domingo en las orillas
 dejas de tu valor indicios tantos.
 ¿Por qué con fin temprano el curso alegre
 cortó de tus hazañas la fortuna?
 Caíste, sí; mas vencedor caíste;
 y de la patria el pabellón triunfante
 sombra te dio al morir, enarbolado
 sobre las conquistadas baterías,
 de los usurpadores sepultura.
 Puerto Cabello vio acabar tus días,
 mas tu memoria no, que eterna dura.

 Ni menos estimada la de Roscio
 será en la más remota edad futura.
 Sabio legislador le vio el senado,
 el pueblo, incorruptible magistrado,
 honesto ciudadano, amante esposo,
 amigo fiel, y de las prendas todas
 que honran la humanidad cabal dechado.
 Entre las olas de civil borrasca,
 el alma supo mantener serena;
 con rostro igual vio la sonrisa aleve
 de la fortuna, y arrastró cadena;
 y cuando del baldón la copa amarga
 el canario soez pérfidamente
 le hizo agotar, la dignidad modesta
 de la virtud no abandonó su frente.
 Si de aquel ramo que Gradivo empapa
 de sangre y llanto está su sien desnuda,
 ¿cuál otro honor habrá que no le cuadre?
 De la naciente libertad, no sólo
 fue defensor, sino maestro y padre.

 No negará su voz divina Apolo
 a tu virtud, ¡oh Piar!, su voz divina,
 que la memoria de alentados hechos
 redime al tiempo y a la Parca avara.
 Bien tus proezas Maturín declara,
 y Cumaná con Güiria y Barcelona,
 y del Juncal el memorable día,
 y el campo de San Félix las pregona,
 que con denuedo tanto y bizarría
 las enemigas filas disputaron,
 pues aún postradas por la muerte guardan
 el orden triple en que a la lid marcharon.
 ¡Dichoso, si Fortuna tu carrera
 cortado hubiera allí, si tanta gloria
 algún fatal desliz no oscureciera!

 Pero ¿a dónde la vista se dirige
 que monumentos no halle de heroísmo?
 ¿La retirada que Mac Gregor rige
 diré, y aquel puñado de valientes,
 que rompe osado por el centro mismo
 del poder español, y a cada huella
 deja un trofeo? ¿Contaré las glorias
 que Anzoátegui lidiando gana en ella,
 o las que de Carúpano en los valles,
 o en las campañas del Apure, han dado
 tanto lustre a su nombre, o como experto
 caudillo, o como intrépido soldado?
 ¿El batallón diré que, en la reñida
 función de Bomboná, las bayonetas
 en los pendientes precipicios clava.
 osa escalar por ellos la alta cima,
 y de la. fortaleza se hace dueño
 que a las armas patricias desafiaba?
 ¿Diré de Vargas el combate insigne,
 en que Rondón, de bocas mil, que muerte
 vomitan sin cesar, el fuego arrostra,
 el puente fuerza, sus guerreros guía
 sobre erizados riscos que aquel día
 oyeron de hombres la primer pisada,
 y al español sorprende, ataca, postra?
 ¿O citaré la célebre jornada
 en que miró a Cedeño el anchuroso
 Caura, y a sus bizarros compañeros,
 llevados los caballos de la rienda,
 fiados a la boca los aceros,
 su honda corriente atravesar a nado,
 y de las contrapuestas baterías
 hacer huir al español pasmado?
 Como en aquel jardín que han adornado
 naturaleza y arte a competencia,
 con vago revolar la abeja activa
 la más sutil y delicada esencia
 de las más olorosas flores liba;
 la demás turba deja, aunque de galas
 brillante, y de süave aroma llena,
 y torna, fatigadas ya las alas
 de la dulce tarea, a la colmena;
 así el que osare con tan rico asunto
 medir las fuerzas, dudará qué nombre
 cante primero, qué virtud, qué hazaña;
 y a quien la lira en él y la voz pruebe,
 sólo dado será dejar vencida
 de tanto empeño alguna parte breve.
   
 ¿Pues qué, si a los que vivos todavía
 la patria goza (y plegue a Dios que el día
 en que los llore viuda, tarde sea)
 no se arredrare de elevar la idea?
 ¿Si audaz cantare al que la helada cima
 superó de los Andes, y de Chile
 despedazó los hierros, y de Lima?
 ................................
    
 ¿O al que de Cartagena el gran baluarte
 hizo que de Colombia otra vez fuera?
 ¿O al que en funciones mil pavor y espanto
 puso, con su marcial legión llanera,
 al español; y a Marte lo pusiera?
 ¿O al héroe ilustre, que de lauro tanto
 su frente adorna, antes de tiempo cana,
 que en Cúcuta domó, y en San Mateo,
 y en el Araure la soberbia hispana;
 a quien los campos que el Arauca riega
 nombre darán, que para siempre dure,
 y los que el Cauca, y los que el ancho Apure;
 que en Gámeza triunfó, y en Carabobo,
 y en Boyacá, donde un imperio entero
 fue arrebatado al despotismo ibero?
 Mas no a mi débil voz la larga suma
 de sus victorias numerar compete;
 a ingenio más feliz, más docta pluma,
 su grata patria encargo tal comete;
 pues como aquel samán que siglos cuenta,
 de las vecinas gentes venerado,
 que vio en torno a su basa corpulenta
 el bosque muchas veces renovado,
 y vasto espacio cubre con la hojosa
 copa, de mil inviernos victoriosa;
 así tu gloria al cielo se sublima,
 Libertador del pueblo colombiano;
 digna de que la lleven dulce rima
 y culta historia al tiempo más lejano.

 







MI PADRE EL INMIGRANTE DE VICENTE GERBASI
(Fragmentos)



IV


Lo que siento en mi sangre como un reloj de arena,
cerca de algún retrato, del hilo y del salero;
lo que escucho en mi sangre como un rumor del día,
cuando una mariposa de la noche
viene a besar la sombra de nuestro corazón;
lo que escucho en mi sangre como acordes de luto,
cuando todo se apaga y todo es un ayer,
con rostros, con cenizas y manos en la sombra;
lo que escucho en mi sangre como grano que cae
en la penumbra de los aposentos,
donde el espejo de hundida confidencia
destruye vanamente las máscaras del hombre;
lo que escucho en mi sangre como flautas del sol,
cuando mis hijos danzan en torno a mi existencia
como en una lejana colina de vendimias;
cuando el pensamiento transforma mis secretos
en abismos de yedras,
y reclino mi frente sobre el vino nocturno;
cuando siento mis pasos en la tierra,
y cuando digo: tierra,
y sé que estoy aquí iluminándome,
amándola y oyendo su mandato, que es el existir,
es lo que desciende en secreto hacia mi muerte:
rumor que me sostiene y me dibuja
en mi retrato antiguo,
con un halcón sobre el hombro,
en la penumbra de tus olivares:
marco de la conciencia,
enigma de viejos muros,
caída de la luz en la tristeza,
heno en la tarde, nubes de soledad,
higueras de la noche en forma de esqueletos,
mirada hacia la sombra del jaguar.

No somos habitantes de la luz
Hay leguas de tiniebla y signos ardorosos
danzando en torno nuestro.
Se nos cae la mirada en anillos de luto,
en juncales de miedo, en estrellas de plata.
La frente va perdida, como ráfaga fría
Que la humedad nocturna de los espantapájaros.

¿Cuándo sale de ti mi oscuro andar?
Atrás quedan abismos en que mis ojos caen.
El hombre es de la noche que lo sigue,
Sueño que el sol defiende,
Paréntesis de incierta maravilla,
Imagen que derriba la tiniebla.
Aún mi madre contempla tu retrato
y en su cabello blanco se hace un lejano resplandor.

Aquí en la tierra estoy, aquí en la tierra,
y en tu muerte, disperso en mis sentidos.
Y persisten los ojos, las brasas del peligro,
y el hábito de andar por los sonidos,
por la humedad, la risa, las tinieblas,
donde las lumbres danzan
como reminiscencias de nuestros familiares.
Y todo avanza en mi y todo cae, y todo es un rumos,
un acercarse y amar, y un sufrir por lo amado,
y un llevarlo todo al sueño
y hacer de la tierra un sueño.

Y es lo que viene ardiendo, sonando como un trueno
sobre un niño, desde tu vida dura, desde tu muerte sola,
tu muerte semejante a una llanura,
donde curva la noche su lentitud de estrellas,
con un rumor de cascos, de piedras de esqueletos,
con guitarras caídas junto al corazón,
con una copla del diablo,
con el azufre del Tirano Aguirre
danzando en las colinas,
y lejanos relámpagos antiguos
en un denso horizonte con sombras de diluvio,
y el viento que resuena sobre el sordo tambor
de la tierra caliente,
del agua del caimán y el venenoso diente.

Padre mío, padre de mi huracán. Y de mi poesía.


V


A veces caigo en mí, como viniendo de ti,
y me recojo en una tristeza inmóvil,
como una bandera que ha olvidado el viento.
Por mis sentidos pasan ángeles del crepúsculo,
y lentos me aprisionan los círculos nocturnos.

Venimos de la noche hacia la noche vamos.
Escucha. Yo te llamo desde un reloj de piedra,
donde caen las sombras, donde el silencio cae.

XIII


¿Quién me llama, quién me enciende ojos de leopardo
en las noches de los tamarindos?
Callan las guitarras al soplo misterioso de la muerte,
y las voces callan, y sólo los niños aún no pueden descansar.

Ellos son los habitantes de la noche,
cuando el silencio se difunde en las estrellas,
y el animal doméstico se mueve por los corredores,
y los pájaros nocturnos visitan la iglesia de la aldea,
por donde pasan todos los muertos,
donde moran santos ensangrentados.

Por las sombras corren caballos sin cabeza,
y las arenas de las calle van hasta el confín,
donde el espanto reúne sus animales de fuego.
Y en la noche que ampara la existencia a solas,
en el niño insomne, en el buey cansado,
en el insecto que se defiende en la hojarasca,
en la curva de las colinas, en los resplandores
de las rocas y los helechos frente a los astros
en el misterio en que se escucha
como una vasta soledad de mi corazón

Padre mío, padre de mis sombras
Y de mi poesía.


XVIII


Llegaba el día del agua verde,
espesa como un lienzo oscuro con flores.
El agua estancada con gérmenes de fiebre,
el agua solitaria perdida, abandonada,
donde la garza inmóvil se mira en su tristeza.
Y era el día sin pan, el día sin respuesta
El día de los campesinos muertos sobre la yerba reseca.
Y tu vida era de nuevo un regresar,
Un regresar hacia días y noches,
Hacia el sitio que buscabas en tu desesperación.


XIX

Te señalo en el medio día de la angustia
entre árboles y espinas y cigarras,
entre lenguas de fuego bajo el sol,
ahí donde un caballo anda por nuestra tristeza,
y cae, y muere, con los ojos abiertos hacia el cielo.

Te señalo en la soledad de danzas ilusorias,
de corrientes perdidas de sutiles serpientes,
cuando la hora tritura sus cristales y espejos,
y las aves huyen del gran pozo de fuego,
donde estalla la fruta, la espiga, la corteza,
donde la calavera brilla sonoramente
en su amarilla frente
que lamen aguas tibias,
que llaman voces roncas,
ecos de las cavernas.
Y todo cae en el silencio de la tierra,
de la tierra roja con grandes hormigas rojas,
que lentamente avanzan por las claras ciudades,
con su pesada carga de circulares hojas.
Y todo es un temblor de láminas livianas,
de mercurio caliente,
y la curva de las colinas se hace adusta,
grave resplandeciente,
bajo el vuelo circular de los gavilanes,
lentos, casi inmóviles en la atmósfera caliente,
como sostenidos por el viento de los siglos

Te señalo en la hora del canto de la paloma torcaz
escondida en la extensión reverberante,
cuando el toro muge en medio de nuestra lejana melancolía,
cuando nos interrogamos “¿quién me responde ahora?”
cuando en la vivienda de barro y palmas
la gente calla cabizbaja en el humo del tabaco,
en el sopor de su oscura pobreza
entre tinajas, cenizas y cucharas de palo.

Cuando junto a nosotros el río arrastra vegetales sombríos,
como residuos de nuestros sueños luctuosos,
en que negras barcas atraviesan luces, ondas, gritos.
Te señalo sobre la tierra, en medio de tu propia voluntad.
La hoja aceitosa y morada del tártago,
la flor amarilla y espesa del guanábano,
la fruta velluda del guamo,
la araña cobriza y lenta,
el insecto de plata y de veneno,
están aquí en tu silencio,
en tu silencio profundo como el día,
donde pasan los valles
como en la reminiscencia de una leyenda.
Está aquí lo que tú querías allá entre los pastores,
cuando los deshielos daban música y espumas a los riachuelos,
y florecían las violetas y maduraban las fresas en torno tuyo,
alrededor de tu aldea con marcos medievales
y vuelo de palomas en las tardes.

Está aquí el fuego lamiendo la tierra,
el agua lamiendo las raíces,
los animales lamiendo a los animales.
Y tú estabas aquí con el sudor de tu frente,
el solitario, el vestido de paño de hilo,
el erguido en medio de la comarca de las tempestades,
el que iba gritando hacia adentro,
buscándose las manos y la frente en su existencia,
buscando el sitio donde poder decir:
“Aquí yo vivo, aquí yo soy el hombre”.
Sí, tú ibas, paso a paso, con tus pies pesados,
tus pies que hacían correr los animales,
volar las aves hacia celestes puentes crepusculares.

Tú eras el que contestaba sin que nadie te llamara.
¿Quién te llamaba? ¿Acaso ibas entre fantasmas?
¿O estaba tu memoria poblada de fantasmas?
¿O huías de algo tuyo, de algo que dentro de sí aborrecías?
insectos peludos se acercaban a tus piernas,
víboras, escorpiones, gusanos como pájaros
recién salidos del huevo,
animales con llanto, dientes, con fuego.
Pero eras el que marchabas, el resistente,
mudo en la nostalgia de susurrantes olivares,
de serenas colinas con manzanos que iban hasta el atardecer,
hasta los últimos céspedes, donde una luz angélica se fuga,
moviendo brillos del paraíso en las frondas lejanas del alma.
Estabas aquí en medio del vaho caliente,
que asciende de las hirvientes aguas estancadas,
del espeso limo verde con ranas
y redondas flores lilas entreabiertas,
de la fruta y de la hoja que se pudren
con huevos de insectos y reptiles.

En medio del valor que asciende entre los juncos,
entre las lianas y las amarillas frutas de la fiebre.
En medio del vaho que humedece nuestras espaldas
nuestros hombros y nuestra frente.
En medio del vaho que aguarda la noche
para mover sus visitantes azules,
entre los ojos del leopardo y del búho.
Tú estabas aquí, solo, devorado, mudo,
con tu garrafa de aguardiente para la noche,
con tu perro y con tus estrellas de otro mundo.
Padre mío, padre de mi sangre
Y de mi poesía.