domingo, 2 de mayo de 2010

MI PADRE EL INMIGRANTE de Vicente Gerbasi






Estoy colocando algunos cantos de "Mi Padre El Inmigrante", menos conocidos, pero de igual importancia que los estudiados usualmente.

La idea es que los jóvenes conozcan tan valioso poema del escritor venezolano como lo es el autor de este poema.


IV

Lo que siento en mi sangre como un reloj de arena,

cerca de algún retrato, del hilo y del salero;

lo que escucho en mi sangre como un rumor del día,

cuando una mariposa de la noche

viene a besar la sombra de nuestro corazón;

lo que escucho en mi sangre como acordes de luto,

cuando todo se apaga y todo es un ayer,

con rostros, con cenizas y manos en la sombra;

lo que escucho en mi sangre como grano que cae

en la penumbra de los aposentos,

donde el espejo de hundida confidencia

destruye vanamente las máscaras del hombre;

lo que escucho en mi sangre como flautas del sol,

cuando mis hijos danzan en torno a mi existencia

como en una lejana colina de vendimias;

cuando el pensamiento transforma mis secretos

en abismos de yedras,

y reclino mi frente sobre el vino nocturno;

cuando siento mis pasos en la tierra,

y cuando digo: tierra,

y sé que estoy aquí iluminándome,

amándola y oyendo su mandato, que es el existir,

es lo que desciende en secreto hacia mi muerte:

rumor que me sostiene y me dibuja

en mi retrato antiguo,

con un halcón sobre el hombro,

en la penumbra de tus olivares:

marco de la conciencia,

enigma de viejos muros,

caída de la luz en la tristeza,

heno en la tarde, nubes de soledad,

higueras de la noche en forma de esqueletos,

mirada hacia la sombra del jaguar.

No somos habitantes de la luz

Hay leguas de tiniebla y signos ardorosos

danzando en torno nuestro.

Se nos cae la mirada en anillos de luto,

en juncales de miedo, en estrellas de plata.

La frente va perdida, como ráfaga fría

Que la humedad nocturna de los espantapájaros.

¿Cuándo sale de ti mi oscuro andar?

Atrás quedan abismos en que mis ojos caen.

El hombre es de la noche que lo sigue,

Sueño que el sol defiende,

Paréntesis de incierta maravilla,

Imagen que derriba la tiniebla.

Aún mi madre contempla tu retrato

y en su cabello blanco se hace un lejano resplandor.

Aquí en la tierra estoy, aquí en la tierra,

y en tu muerte, disperso en mis sentidos.

Y persisten los ojos, las brasas del peligro,

y el hábito de andar por los sonidos,

por la humedad, la risa, las tinieblas,

donde las lumbres danzan

como reminiscencias de nuestros familiares.

Y todo avanza en mi y todo cae, y todo es un rumos,

un acercarse y amar, y un sufrir por lo amado,

y un llevarlo todo al sueño

y hacer de la tierra un sueño.

Y es lo que viene ardiendo, sonando como un trueno

sobre un niño, desde tu vida dura, desde tu muerte sola,

tu muerte semejante a una llanura,

donde curva la noche su lentitud de estrellas,

con un rumor de cascos, de piedras de esqueletos,

con guitarras caídas junto al corazón,

con una copla del diablo,

con el azufre del Tirano Aguirre

danzando en las colinas,

y lejanos relámpagos antiguos

en un denso horizonte con sombras de diluvio,

y el viento que resuena sobre el sordo tambor

de la tierra caliente,

del agua del caimán y el venenoso diente.

Padre mío, padre de mi huracán. Y de mi poesía.












V

A veces caigo en mí, como viniendo de ti,

y me recojo en una tristeza inmóvil,

como una bandera que ha olvidado el viento.

Por mis sentidos pasan ángeles del crepúsculo,

y lentos me aprisionan los círculos nocturnos.

Venimos de la noche hacia la noche vamos.

Escucha. Yo te llamo desde un reloj de piedra,

donde caen las sombras, donde el silencio cae.




XIII

¿Quién me llama, quién me enciende ojos de leopardo

en las noches de los tamarindos?

Callan las guitarras al soplo misterioso de la muerte,

y las voces callan, y sólo los niños aún no pueden descansar.

Ellos son los habitantes de la noche,

cuando el silencio se difunde en las estrellas,

y el animal doméstico se mueve por los corredores,

y los pájaros nocturnos visitan la iglesia de la aldea,

por donde pasan todos los muertos,

donde moran santos ensangrentados.

Por las sombras corren caballos sin cabeza,

y las arenas de las calle van hasta el confín,

donde el espanto reúne sus animales de fuego.

Y en la noche que ampara la existencia a solas,

en el niño insomne, en el buey cansado,

en el insecto que se defiende en la hojarasca,

en la curva de las colinas, en los resplandores

de las rocas y los helechos frente a los astros

en el misterio en que se escucha

como una vasta soledad de mi corazón

Padre mío, padre de mis sombras

Y de mi poesía.




XVIII

Llegaba el día del agua verde,

espesa como un lienzo oscuro con flores.

El agua estancada con gérmenes de fiebre,

el agua solitaria perdida, abandonada,

donde la garza inmóvil se mira en su tristeza.

Y era el día sin pan, el día sin respuesta

El día de los campesinos muertos sobre la yerba reseca.

Y tu vida era de nuevo un regresar,

Un regresar hacia días y noches,

Hacia el sitio que buscabas en tu desesperación.



XIX

Te señalo en el medio día de la angustia

entre árboles y espinas y cigarras,

entre lenguas de fuego bajo el sol,

ahí donde un caballo anda por nuestra tristeza,

y cae, y muere, con los ojos abiertos hacia el cielo.

Te señalo en la soledad de danzas ilusorias,

de corrientes perdidas de sutiles serpientes,

cuando la hora tritura sus cristales y espejos,

y las aves huyen del gran pozo de fuego,

donde estalla la fruta, la espiga, la corteza,

donde la calavera brilla sonoramente

en su amarilla frente

que lamen aguas tibias,

que llaman voces roncas,

ecos de las cavernas.

Y todo cae en el silencio de la tierra,

de la tierra roja con grandes hormigas rojas,

que lentamente avanzan por las claras ciudades,

con su pesada carga de circulares hojas.

Y todo es un temblor de láminas livianas,

de mercurio caliente,

y la curva de las colinas se hace adusta,

grave resplandeciente,

bajo el vuelo circular de los gavilanes,

lentos, casi inmóviles en la atmósfera caliente,

como sostenidos por el viento de los siglos

Te señalo en la hora del canto de la paloma torcaz

escondida en la extensión reverberante,

cuando el toro muge en medio de nuestra lejana melancolía,

cuando nos interrogamos “¿quién me responde ahora?”

cuando en la vivienda de barro y palmas

la gente calla cabizbaja en el humo del tabaco,

en el sopor de su oscura pobreza

entre tinajas, cenizas y cucharas de palo.

Cuando junto a nosotros el río arrastra vegetales sombríos,

como residuos de nuestros sueños luctuosos,

en que negras barcas atraviesan luces, ondas, gritos.

Te señalo sobre la tierra, en medio de tu propia voluntad.

La hoja aceitosa y morada del tártago,

la flor amarilla y espesa del guanábano,

la fruta velluda del guamo,

la araña cobriza y lenta,

el insecto de plata y de veneno,

están aquí en tu silencio,

en tu silencio profundo como el día,

donde pasan los valles

como en la reminiscencia de una leyenda.

Está aquí lo que tú querías allá entre los pastores,

cuando los deshielos daban música y espumas a los riachuelos,

y florecían las violetas y maduraban las fresas en torno tuyo,

alrededor de tu aldea con marcos medievales

y vuelo de palomas en las tardes.

Está aquí el fuego lamiendo la tierra,

el agua lamiendo las raíces,

los animales lamiendo a los animales.

Y tú estabas aquí con el sudor de tu frente,

el solitario, el vestido de paño de hilo,

el erguido en medio de la comarca de las tempestades,

el que iba gritando hacia adentro,

buscándose las manos y la frente en su existencia,

buscando el sitio donde poder decir:

“Aquí yo vivo, aquí yo soy el hombre”.

Sí, tú ibas, paso a paso, con tus pies pesados,

tus pies que hacían correr los animales,

volar las aves hacia celestes puentes crepusculares.

Tú eras el que contestaba sin que nadie te llamara.

¿Quién te llamaba? ¿Acaso ibas entre fantasmas?

¿O estaba tu memoria poblada de fantasmas?

¿O huías de algo tuyo, de algo que dentro de sí aborrecías?

insectos peludos se acercaban a tus piernas,

víboras, escorpiones, gusanos como pájaros

recién salidos del huevo,

animales con llanto, dientes, con fuego.

Pero eras el que marchabas, el resistente,

mudo en la nostalgia de susurrantes olivares,

de serenas colinas con manzanos que iban hasta el atardecer,

hasta los últimos céspedes, donde una luz angélica se fuga,

moviendo brillos del paraíso en las frondas lejanas del alma.

Estabas aquí en medio del vaho caliente,

que asciende de las hirvientes aguas estancadas,

del espeso limo verde con ranas

y redondas flores lilas entreabiertas,

de la fruta y de la hoja que se pudren

con huevos de insectos y reptiles.

En medio del valor que asciende entre los juncos,

entre las lianas y las amarillas frutas de la fiebre.

En medio del vaho que humedece nuestras espaldas

nuestros hombros y nuestra frente.

En medio del vaho que aguarda la noche

para mover sus visitantes azules,

entre los ojos del leopardo y del búho.

Tú estabas aquí, solo, devorado, mudo,

con tu garrafa de aguardiente para la noche,

con tu perro y con tus estrellas de otro mundo.

Padre mío, padre de mi sangre

Y de mi poesía.


3 comentarios:

  1. Saludos!!!

    Ciertamente es un muy buen poema, y orgullo nuestro. Muchas Gracias por visitar mi blog, un honor tenerte por aquellos lados...

    Saludos en letras!!!

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  2. que tiene ese poema de vanguardista porfa ayuda!!

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  3. Felicitaciones por tu blog, es una delicia cultural.

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